La marca de los maestros en los discípulos sigue caminos enigmáticos. En ocasiones, el discípulo se desentiende del maestro, para ser necesariamente individual, a fuerza de negar el origen. Eso hizo, por ejemplo, el pianista Emil Guilels con Heinrich Neuhaus. Otra veces, la gratitud lleva casi a la mimesis. El español Gustavo Gimeno fue asistente de Claudio Abbado, y lo primero que llamó la atención ya desde la primera nota de la obertura de Die Zauberhalfe de Schubert es la deuda de sangre que mantiene con su gestualidad: medida, austera, precisa. Claro que la gestualidad es la consecuencia de una decisión musical, y aquí Gimeno tiene ideas del todo propias. El caso es que, con él, la Orquesta Filarmónica de Luxemburgo tuvo un debut local de primer orden.
Ni siquiera la sustitución a último momento de la violinista Janine Jansen por Julian Rachlin conspiró contra el desempeño general del Concierto de Mendelssohn. El sonido de Rachlin no es particularmente expansivo, pero toda lectura estuvo recorrida por una microscopía que no pierde de vista el tendido continuo.
Gimeno, por su parte, es invariablemente enérgico. Le importa más la bravura, que la melancolía. No hubo una sola traza de sensiblería, acaso porque sabe que Mendelssohn jamás se lo habría permitido ni perdonado. En realidad, toda la lectura de Gimeno parece derivarse de una consideración armónica (esta podría ser una de las razones de la admiración que le profesa Daniel Barenboim) y se explica entonces que ilumine con luz de quirófano cada cromatismo o modulación. Lo que persigue y conquista es la transparencia clasicista.
El concierto de Mendelssohn fue una auténtica propedéutica para la Primera sinfonía de Brahms. Sobre Brahms, el filósofo Ludwig Wittgenstein, que lo trató, dejó escrito que sus sinfonías eran en blanco y negro. Si se acepta el símil, habría que concluir que el dramatismo transcurre en este caso en los contrastes. Gimeno estaría de acuerdo, pero con una salvedad: todos los grises, casi indefinidos, que permiten el blanco y el negro. El detallismo no es ahora solamente armónico sino también dinámico, y esto comprende el grado cero del pianissimo, el silencio, como el que el director español abrió, como un claro, en el segundo movimiento. La construcción de los crescendi fue magistral, esa preparación paulatina del forte. La Filarmónica de Luxemburgo fue una sorpresa en todas sus filas, pero la sorpresa mayor fue la inteligencia de Gimeno.