Cuando se estrenó La diosa del placer, revista en un acto escrita por Luis de Larra y Manuel Fernández de la Puente, con música de Rafael Calleja, en febrero de 1907, fue prohibida por el Marqués de Vadillo, entonces gobernador de Madrid, al ser considerada escandalosa.
Las tiples protagonistas, Pepita Sevilla, Elvira Lafont, Ascensión Méndez y Antonia de Cachavera, que cantaban una machicha (o un garrotín) subida de tono, fueron llevadas al juzgado y, junto con los autores y empresario, procesadas. De momento quedaron libres, aunque empresario y autores tuvieron que depositar una fianza de dos mil pesetas y las tiples un billete verde cada una.
En junio de 1910 salió el juicio -la justicia nunca participará en unas olimpiadas- en el que dos “peritos” declararon a favor de la obra: Benito Pérez Galdós y Francos Rodríguez, entonces alcalde de Madrid. La expectación de la vista oral fue excepcional en el Madrid de entonces.
En tres años la moral había evolucionado y lo que antes era malo, malísimo… y la causa fue sobreseída.
No sabemos hasta dónde se plantearon las pruebas “periciales”, pero una de las conclusiones es esta: Desde hace años andamos a vueltas con la educación, y no siempre se ha considerado adecuado “enseñar” demasiado.