UNINTERLINGUA 2017
cas con tal de estar en brazos de sus amantes. Cuando Lázaro logra deshacerse de la “pri- sión” en la cual lo tienen los pescadores, y después de haber sido desterrado de Toledo gracias a su mujer y a su antiguo amo, el arcipreste, el pícaro tendrá varios oficios, pero no más amos pues, a diferencia del Lazarillo renacentista, el Lázaro de Luna en realidad no quiere trabajar ni servir a na- die permanentemente. El mismo Lázaro dice que “la vida picaresca es vida, que las otras no merecen este nombre… la vida picaresca es más descansa- da que la de los reyes, emperadores y papas.” (53). A este Lázaro no le interesa mejorar su situación y se conforma con lo muy básico. Entre los oficios que desempeñará encontramos el de ganapán, escudero, criado, alcahuete y ermitaño. Cuando sirve de escudero a siete mujeres al mismo tiem- po dice que “para ganar tres pobres cuartillos cada día había que servir a siete amas; pero consideré que valía más algo que nada, y aquel no era oficio trabajoso, de que huía como diablo; porque siem- pre quise más comer berzas y ajos sin trabajar, que capones y gallinas trabajando.” (84-85). Es aquí muy claro que este pícaro, quien se desenvuelve en una sociedad barroca, prefiere trabajar lo menos posible y si puede vivir del trabajo de los demás, como cuando llega a convertirse en ermitaño, to- davía mejor. Cuando Lázaro sirve de escudero a estas sie- te mujeres, Juan de Luna aprovecha este capítulo para presentar una vez más a sus personajes fe- meninos bajo una luz que las hace verse grotes- cas, lujuriosas, mentirosas, adúlteras, en fin, de lo peor. No se exagera al decir que en su continua- ción, Luna lleva al extremo su antifeminismo. En este episodio, Luna ni siquiera se toma el trabajo de dar nombres propios a sus personajes. El autor simplemente se refiere a ellas poniendo en boca de Lázaro lo siguiente: Llegué a Valladolid… encontré con una mujer…Díjome que no me podía tener solo para ella; pero que buscaría algunas vecinas suyas a quien sirvie- se,…mi marido es sastre…entró en la cofradía una mujer de un zurra- dor,… Las otras cinco dueñas eran una viuda de un corchete, la mu- jer de un hortelano, una sobrina, que decía ser de un capellán…una mon- donguera,… La última era una bea- ta: con ésta tenía más que hacer que con todas, porque jamás hacía sino visitar frailes,…Su casa parecía col- mena; unos entraban otros salían,… ¡En mi vida he visto mayor hipócrita que ésta! Cuando iba por las calles,… no se le caía el rosario de la mano, siempre lo rezaba… Todas las que la conocían le rogaban rogase a Dios Pierina Beckman
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