UNINTERLINGUA 2017
Lázaro adquirió dicho papel. Ya se dijo que des- pués de la paliza recibida del sastre y sus criados, Lázaro se encuentra a la puerta de una iglesia, y es aquí donde conoce a un ermitaño que doliéndose de él lo invita a su ermita. A petición de Lázaro, el ermitaño le curó el brazo y le invitó a comer, pero terminada la comida el ermitaño comenzó a gritar: “¡Que me muero! ¡Que me muero!” (99). Lázaro salió en busca de ayuda y encontró a unos pastores que alcanzaron a llegar antes de que el ermitaño expirase. Con su ayuda, Lázaro le dio sepultura a su anfitrión. Habiéndose ido los pastores, el pí- caro empezó a buscar cosas de las que él pudiese sacar algún provecho. Encontró vino, aceite, miel, tocino, cecina, frutas secas, etc., mas esto no es lo que Lázaro buscaba. Lo que él quería era dinero y se le hacía raro que el ermitaño teniendo tantas cosas para comer no tuviese dinero. Continuó su búsqueda hasta dar con lo que tanto quería dentro del altar: “hallé una olla llena de dineros. Conte- los, y había seiscientos reales… Sáquelo de allí, y hice un hoyo fuera de la ermita, donde los enterré, porque si me querían echar de allí tuviese fuera lo que más amaba. Hecho esto, vestíme los hábitos del ermitaño, y fui a la villa a dar noticia de lo que pasaba…” (101). En este pasaje vemos que Lázaro, al igual que su antiguo amo el escudero, no es un hombre agrade- cido. Este pícaro de Luna se aprovecha de la agonía y muerte de quien le ofreció un lugar para vivir, le dio de comer, de beber y hasta le curó el brazo. Es un abusivo que en cuanto el ermitaño murió, co- menzó a buscar cualquier dinero que aquél hom- bre pudiese haber escondido. Incluso, durante la agonía del ermitaño, Lázaro se dio cuenta de que el moribundo a todo respondía que sí. Aprove- chándose de la situación de quien poco antes lo había tratado con caridad, el pícaro comenzó a ha- cerle preguntas a las cuales el ermitaño sólo podía responder afirmativamente. Lázaro narra: Como vi que estaba siempre en sus trece de decir sí, díjele se quería que aquellos pastores sirviesen de alba- ceas y cabezaleros. Respondió sí. Pre- guntéle si me dejaba por su único y legítimo heredero; dijo sí; proseguí si confesaba que lo que poseía y de de- recho podía poseer me lo debía por servicios y cosas que de mí había re- cebido; dijo otra vez sí. Aquél quisie- ra hubiera sido el último acento de su vida, mas como vi que aún le queda- ba aliento, porque no le emplease en daño proseguí con mis preguntas…y murió diciendo: ‘Sí, sí, sí.’ (100)) Cuando Lázaro fue en busca de alguien, no fue necesariamente para que fuera a ayudar al ermi- taño sino que Lázaro más bien quería que alguien fuera testigo de dos cosas: 1. Que él no había dado muerte al ermitaño y 2. Que el ermitaño lo había hecho su único heredero. Si esta situación fuese presentada dentro de una obra claramente cómica tal vez podría causar risa porque el lector sabría que lo que está ocurriendo está siendo presentado como algo cuyo único propósito es causar el en- tretenimiento. Desafortuna-damente, el tono de la continuación de Juan de Luna no ha sido el de la risa en páginas previas. ¿Quién podría haber- se reído de que Lázaro perdiera los dientes que le quedaban al ser cruelmente golpeado por el sastre y sus criados? La condición en la cual el ermitaño lo encontró a la puerta de la iglesia era realmente lastimosa. Seguramente esta fue la razón por la cual el buen hombre escuchó a Lázaro con aten- ción. El mismo pícaro dice: “Contéle con breves y sucintas razones el largo proceso de mi amarga peregrinación. Quedó admirado de oírme, y con piedad y lástima que mostró tener de mí, me con- vidó con su ermita…” (98). La posibilidad existe de que alguien pudiera de- Pierina Beckman
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