UNINTERLINGUA 2017
cir que Lázaro solamente está actuando como lo haría cualquier pícaro, pero en realidad no es así. Lázaro cruza esa sutil línea que existe entre ser un pícaro o un delincuente. La vida del pícaro con- siste en buscarse la vida, pero esto no significa que durante el proceso tenga que hacer daño a otros o descaradamente aprovecharse de los momentos difíciles de los demás. En algunos de los pasajes de la continuación de Juan de Luna, Lázaro actúa realmente como un delincuente. No le importa que otros terminen en la cárcel dadas sus mentiras y enredos. En el pasaje con el ermitaño, Lázaro no tomó ventaja de alguien que le hubiese hecho algún daño. Por el contrario, Lázaro se aprovechó de la agonía de un hombre cuya única falta, en lo que respecta a nuestro personaje, fue el haberlo invitado a comer a su casa y en haberle curado el brazo que tenía herido. El ermitaño se compor- tó de una manera caritativa y piadosa con Lázaro, pero este se aprovechó de la agonía y muerte de quien sólo le trató bien y lo ayudó en un momento cuando realmente lo necesitaba. Muriendo el ermitaño, Lázaro decide ponerse la ropa del recién fallecido y se dirige a ver al prior de la cofradía para dar cuenta de lo acontecido. Los cofrades creyeron todo cuanto Lázaro les dijo y permitieron que tomara el lugar del difunto. El pícaro continuó su camino por la villa pidiendo limosna y la gente le preguntaba qué había ocu- rrido con el padre Anselmo. Lázaro dio noticia de su muerte y mucha gente empezó a visitar el sepulcro por creerlo un santo. Nuestro persona- je realmente no tenía necesidad de pedir limos- na pues tenía el dinero que había sacado del al- tar, pero lo hacía para mantener las apariencias. Lázaro, conociendo la condición humana, temía que la gente pensara que si no pedía limosna debía ser rico y no quería tomar el riesgo de que le ro- baran. Pero estando un día pidiendo limosna en la puerta de una casa le pidieron que subiera. En la oscuridad de la escalera, varias mujeres lo em- pezaron a manosear. Al llegar donde había luz se dieron cuenta de que no era el ermitaño Anselmo, pero nadie decía nada hasta que un niño rompe el silencio diciendo “¡Éste no es papa!” (105). Fue cuando Lázaro les informó que el padre Anselmo había muerto hacía ocho días. Todas comenzaron a llorar y una de ellas dijo que el ermitaño era su marido. Lázaro, tontamente, les dijo que el padre Anselmo lo había hecho su legítimo heredero. El llanto de las mujeres repentinamente se convir- tió en coraje, blasfemias y amenazas. La “esposa” acusó a Lázaro de haber matado al ermitaño para poder robarlo y todas lo amenazaron diciendo que si no les entregaba los bienes del difunto, lo harían ahorcar. Lázaro indicó que había testigos y un tes- tamento, y que si aceptó la herencia fue por pen- sar que el muerto no era casado pues nunca había oído que los ermitaños tuvieran mujeres. Otra de las mujeres le informó que el ermitaño mantenía a varias personas en esa casa: “A esta pobre viuda, a mí, que soy su madre, a estas dos, que son sus hermanas, y a estos tres niños, que son sus hijos, o a lo menos que él tenía por tales” (108). Añade el narrador que “Entonces la que decían ser su mu- jer dijo no quería la llamasen viuda de aquel viejo podrido, que no se había acordado della el día de su muerte y que aquellos niños ella juraría no ser suyos, y desde entonces anulaba los capítulos ma- trimoniales” (108). Juan de Luna no deja pasar la oportunidad de presentar a mujeres que sólo es- tán interesadas en lo material que alguien, en este caso el ermitaño, podía darles. Poco les importaba realmente la muerte del supuesto marido. Lo que realmente les molestaba era el no haber heredado nada. Ni siquiera preguntan exactamente qué ha- bía ocurrido. Y, cuando Lázaro pregunta qué eran los capítulos matrimoniales, la “madre” aclara que antes de decirle tiene que explicar un poco: La misoginia de Juan de Luna en su Lázaro de 1620
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