UNINTERLINGUA 2018
119 De la performance como, nunca mejor dicho, interpretación de un poema. Suponer que la letra de una canción se valida a sí misma por lo que tenga de literario es, en el mejor caso, un error: la poesía de verdad merece que se la lea en voz alta, y de verdad lo merece. De modo que es indispensable asu- mir que, como plantea Paul Zumthor, si es la “acción vocal [quien] opera literalmente el texto [...] lo efectúa y, por lo mismo, lo transforma en un objeto poético, confiriéndole la identidad social por la que se le percibe y reconoce como tal, [...] estamos obligados a reconocer que la performance es parte constitutiva de la forma en tanto incluye palabras y frases, sonoridades y ritmos” (“La poesía y la voz en la civilización medieval”, 40-41). Socialmente, y por desgracia en un mundo post-imprenta, las letras de las canciones no suelen verse como poemas pues se cree, ade- más, que éstos habitan en libros, que los libros se leen en silencio, y que para saber de qué van es suficiente entender sus referencias y sentidos ético, estético, político, erótico, socioeconómico y cultural; es decir, que basta analizar el dis- curso como un enunciado racional.(6) Nada de lo cual es cierto cuando la música de una can- ción logra que se la adopte como bandera y se ignore, adrede o sin querer, lo insulso de su letra; “Muchacha triste” (“Los Fantasmas del Caribe”, “Caramelo”, “Thl”, “1993”, “Corte 1”) lo demuestra. Luego el problema se halla en la solemnidad con que valoremos el “fondo” de la obra. Pero puede resolverse con apoyo de Emile Benve- niste si por una vez, cuando repetimos que “todo discurso que emana de un locutor como forma sonora debería sucitar un nuevo enun- ciado a cambio, una respuesta” (“Problemas de lingüística general II”, 84), en vez de otorgarle más peso al sustantivo discurso nos concentra- mos en el adverbio modal como forma sonora. Y habrá que hacerlo porque, de otro modo, se pierde la guía al punto de discutir amplias colecciones de fantasmas sin ver que, por ejem- plo y por lo que ahora importa, reconocer una interpretación como irónica hace necesaria la reconstrucción del contexto en que ésta se ins- cribe o, lo que es lo mismo, que un mismo texto resulta sublime o ridículo en función de cómo y quién lo interpreta en voz alta. Cantada por los Sex Pistols, My way lo mues- tra ampliamente, creo.(7) Y redondea, además, el problema cuando se considera que en este caso el original es, de nuevo, una canción fran- cesa llamada Comme d’habitude, compuesta y popularazida por Claude François,(8) tradu- cida al inglés por Paul Anka (quien una vez más traiciona enteramente el espíritu del poema), popularizada en nuestro continente por Frank Sinatra ca. 1969 y sólo a partir de 1978 enten- dida como lo que es hoy: una broma pesada de Sid Vicious que, lejos de apostar por el sentir quijotesco de las graduaciones de secundaria, subraya cuán distinto sería hacer las cosas, de verdad, “A mi manera”.
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