UNINTERLINGUA 2018

29 Nuestro aclamado patrimonio de la humanidad ofrece un ejemplo pertinente: grandes porcio- nes de territorio y de inmuebles absorbidos por la memoria, convertidos en lugares sagrados, inhabilítales, y destinados a la conmemoración, como son: monumentos históricos, patrimonios culturales, pueblos mágicos, y tesoros naciona- les. Tal como Pierre Nora dice en su afamado artículo Between memory and History : “marcan los rituales de una sociedad sin ritual” (12), la no vivencia. Si pudiéramos vivir entre la memo- ria no necesitaríamos lugares de memoria, éstos cumplen el deber de hacernos no olvidar; existen porque no podríamos recordarlos natu- ralmente. Los lugares de memoria, como los llama Nora, sólo pueden existir separados de la vivencia porque la vivencia borraría el trazo, el archivo originario, el objeto que se quiere con- servar intacto; la vida mancha y transforma, y a veces destruye. Para no olvidar es necesario conmemorar y contemplar. De ahí que aquello que quiere ser recordado es a su vez sacrali- zado como un recuerdo eterno: “La memoria instala la conmemoración entre lo sagrado”. (12) La vida es en este sentido destructiva de la memoria: siempre inquieta, vacilante, entro- metida, y curiosa. Es el primer enemigo del recuerdo total en su afán de archivar el objeto. La vida quiere jugar con él, intervenirlo, habi- tarlo, y resignificarlo. La memoria imperativa se desespera: “¿No entiendes que si juegas con él lo destruyes, destruyes sus significados, sus sentidos, y nos condenas a olvidar?” La vida, siempre curiosa, no lo entiende. Como un niño travieso y juguetón que va por el mundo apro- piándose de él, haciendo barquitos con los dólares de papá, de un crucifijo un avión, o de un comedor un cuartel. Una profanación naive del mundo serio y solemne de los adultos que quie- ren recordar. Un mundo que no entiende, pero que pronto asimilará al entender la importancia del “fue”, que se encargará de convencerlo de las bondades de lo serio, de que hay cosas con las que no se juega, que pertenecen al ámbito de lo sagrado al que no se accede, sino sólo a manera de contemplación.

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