UNINTERLINGUA 2018
73 puestos a hacerlo. El inicialmente despreciado nterviene de nuevo. La conversación entre el filósofo y el sofista continua hasta que Polo la interrumpe. Afirma exasperado que no es posible que se digan las cosas que se están diciendo, totalmente indignado por la relación que se ha planteado entre retórica y adula- ción (cfr. Gorgias, 461c). El filósofo ateniense reacciona al exhorto y dice que no tiene incon- veniente en discutir el tema otra vez y corregir cualquier error cometido con una condición que no parece estar sujeta a negociación: Polo debe reprimir su propensión a los largos discursos (cfr. Gorgias, 461d). La exigencia socrática molesta todavía más a Polo que pregunta airado si no se le permitirá decir todo lo que quiera (cfr. Gorgias, 461d); Sócrates responde de una manera sugestiva- mente paradójica que, consideramos, precisa el problema que se ha tratado de exponer: “Sufrirías un gran daño, excelente Polo, si habiendo venido a Atenas, el lugar de Grecia donde hay mayor libertad para hablar, sólo tú aquí fueras privado de ella. Pero considera el caso contrario: si tu pronuncias largos discursos sin querer responder lo que te pregunte, ¿No sufriré yo un gran daño si no me permites mar- charme y dejar de escucharte?” (461e). En lo dicho por Sócrates se muestra que el encuentro con este otro, la conversación con este otro aparece como algo potencialmente dañino para los dos; alguien debe salir herido para que los dos interlocutores puedan hablar tal como desean por lo que, para que el diálogo continúe, se deben responder las siguientes preguntas y asumir las consecuencias de estas. ¿Quién aceptará ser perjudicado? ¿Renun- ciará Polo a su libertad de palabra? ¿Aceptará Sócrates escuchar, callado y atento, sin plan- tear cuestión alguna, todo lo que Polo tiene que decir? Parece que no. Los dos parecen más dis- puestos a abandonar la conversación. Abandonar la conversación Todos aquellos que han hablado sienten una fuerte inclinación a permanecer callados como paso previo a abandonar la charla. El otro, su vanidad, sus exigencias, sus necesidades, sus miedos e inseguridades devienen en móviles para el enmudecimiento; la aproximación hacia el otro es el inicio del desencuentro; la solución es marcharse: nadie parece dispuesto a sopor- tar el daño que la libertad de palabra del otro les ocasiona. Habla como quiero que hables o me voy parece ser la exigencia constante. Sócrates, Polo y Gorgias se quieren marchar porque, irónicamente, participan en un diálogo que es vivo y animado (cfr. Szlezák, 105); su conversación no nos muestra un adecuado, cordial, coherente, no problemático y abs- tracto intercambio de argumentos. La práctica socrática, el ejercicio oral de la dialéctica, no se despliega de manera adecuada, armónica y filosóficamente pertinente. Este encuentro con el otro, de manera desconcertante, convierte al silencio en la mejor manera de hablar aquí y ahora; al distanciamiento en la mejor manera de acercarse a este otro. Sócrates no quiere hablar El Sócrates que habla en la casa de Calicles, aquel que se acerca a Gorgias con la intención de aprender sobre la retórica, aquel que insiste en la necesidad de discutir incansablemente sobre el tema puesto a discusión, aquel que se empeña en que sus interlocutores respondan de manera concreta y concisa sus preguntas, es ejemplo de un filósofo esotérico (cfr. Szle- zák, 100), celoso de su método y sus secretos. El Sócrates del Gorgias no se caracteriza por hablar con cualquiera, de cualquier cosa y, de cualquier manera: Se distingue por callar ante aquel que considera alejado de los objetivos y necesidades de la filosofía o estima inadecuado para la práctica del filosofar. El posible interlocutor puede estar lleno de odio y animadversión hacia la filosofía, lo que con- vertirá la conversación en una absurda pérdida de tiempo: las risas y las burlas no sirven en el camino del filosofar. Soportar el escarnio y tratar de defender la dignidad de la filosofía no ayu-
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