UNINTERLINGUA 2018

80 interino del Consejo de Indias. Después de 13 años de solicitar un buen puesto para el cual estaba perfectamente calificado y que le asegu- rara una buena situación económica, éste le fue finalmente otorgado. Su puesto en el Consejo de Indias fue un triunfo bien merecido. A partir de este momento, Alarcón deja de escribir para el teatro. Para 1638, empezaba a enfermarse pues faltaba a las juntas del Consejo de Indias. En agosto del siguiente año dicta su testamento en el cual no hay mención alguna a sus come- dias o a los personajes que lo atormentaron, y deja por heredera universal a su hija, doña Lorenza de Alarcón. No existen documentos que demuestren que se haya casado con la madre de Lorenza, pero sí se sabe de esta hija que fue concebida con Ángela de Cervantes, mujer de quien nada sabemos, a qué familia perte- necía, ni de dónde era. Sin embargo, se sabe que habitó con ella desde 1616 hasta 1636, tres años antes de su muerte. No existen documentos que indiquen los sen- timientos personales del dramaturgo en lo que se refiere a sus discapacidades y defectos físi- cos, pero no es difícil imaginarlos. Sin embargo, vemos que éstos no previnieron que el autor tuviese éxito en sus estudios universitarios o en su afán de obtener en España, eventual- mente, un puesto en el cual se reconociesen sus méritos y pudiese implementar sus conoci- mientos como abogado. Aunque Alarcón nació en México, es considerado junto a Lope de Vega, Tirso de Molina y Calderón de la Barca, una de las figuras más destacadas del teatro español de su época. Alarcón fue el menos prolífico de los grandes dramaturgos del Siglo de Oro, y uno de los pocos hispanoamericanos entre los de ese tiempo, pero dado que Alarcón era abogado, no un “profesional del teatro”, por así decir, y que sus problemas físicos le limita- ban en muchos aspectos, el que su nombre se incluya entre los de Lope, Tirso y Calderón, es realmente un gran logro digno de admiración. Pero este reconocimiento fue un arma de dos filos para nuestro autor pues, aunque sus obras llegaron a ser reconocidas y gustadas por el público, esto lo puso en un lugar del cual no podía esconderse y se convirtió en el blanco de burlas maliciosas para sus contemporáneos. Dada la competencia literaria de la época, las burlas, al parecer, eran algo relativamente común entre los escritores, pero las burlas e insultos que sobre la jorobada espalda de Alar- cón llovieron fueron excesivas. Entre ellos mismos se criticaban sus obras; famosos son los insultos entre Francisco de Quevedo y Fray Luis de Góngora. Pero Alarcón tuvo que soportar insultos, críticas y burlas no sólo sobre sus obras sino también sobre su apa- riencia física y desde luego su lugar de origen. Por otra parte, también podemos asumir que si Lope, Tirso y Calderón, entre otros, se tomaban el tiempo y la molestia de insultar a nuestro dra- maturgo a todos esos niveles sería porque en el fondo les molestaba que un mexicano estuviese recibiendo la atención bien merecida por parte del público, pues como es reconocido hoy en día, las obras de Alarcón son de una consisten- cia excelente. El comportamiento de estos dramaturgos hoy en día puede ser resumido con una sola pala- bra: bullying.

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