UNINTERLINGUA 2019
rían que su hija tuviese relación alguna con el escritor, pero dada la tristeza de su hija finalmente permitieron que se casaran el 30 de diciembre de 1909. Al año siguiente se mudaron a San Ignacio, y a pesar de todas las incomodidades, Ana María acep- ta vivir ahí. A principios de 1911 nació su hija Eglé y en 1912 su hijo Darío. Quiroga se ocupaba de la absoluta y total educa- ción de los niños. Fue un padre dictatorial, y los niños tenían que vestirse como él quería, comer lo que él indicaba, etc. Todo se llevaba a cabo de la manera como su padre lo requería. Incluso, cuando empe- zaron a crecer, los exponía al peligro de los montes. Era su teoría que si desde niños los exponía al peligro, después no le temerían. También les exigía una obedien- cia absoluta. Durante todo este tiempo, su producción literaria no se detuvo. Sin embargo, el ingreso económico no era suficiente para mantener bien a su familia. En diciembre de 1915, su esposa, no soportando más la forma de vida que llevaba la familia ni la manera como Quiroga criaba y exponía a sus hijos al peligro, se suicidó. A fines de 1916 Quiroga regresó a Buenos Aires y para 1917 se instaló con sus dos hijos en un sótano en la calle Canning 164 pues el sótano era lo único que podía arrendar. En este mismo año publicó sus Cuentos de amor, de locura y de muerte, y con esta obra la crítica lo reconoció como verda- dero maestro de la narración breve, quizá el mayor de sudamérica. (Jitrik, p. 29) En 1918 se trasladó a un pequeño apartamen- to de la calle Agüero y en este mismo año se editaron sus Cuentos de la Selva, que como indica el crítico Noe Jitrik es “uno de los pocos intentos realizados en Lati- noamérica de cuento infantil y uno de los poquísimos que revelan a un ‘hombre que sabe contar’…” (p. 30). Sus publicaciones continuaron y en 1920 apareció El hombre muerto, en 1926 Los desterrados, quizás su mejor libro, en 1921 se editó Anacon- da, en 1923 su cuento El desierto, y en 1924 el libro del mismo título, en 1925 en Caras y Caretas publicó 27 artículos de la serie De la vida de nuestros animales. Al siguiente año, la editorial Babel publicó un Homenaje a Horacio Quiroga. Para este año, 1926, Jitrik nota que el autor “Había adquirido un gran bagaje de conocimien- tos en física y química industriales, así como en todo lo relativo a la artesanía. Su lectura favorita era la de los manuales técnicos…”. En 1927 se casó con María Elena Bravo, una chica de 20 años quien era amiga de su hija Eglé. Al año siguien- te, nació su hija María Elena (Pitoc), y en 1929 publicó, el que Jitrik llama “su último gran cuento”, Los precursores. Hacia 1931 sus dificultades matrimoniales iban en aumento y en 1932 junto con su mujer y sus tres hijos decidió regresar a San Igna- cio. A su esposa no le gustaba la vida en la selva, pero en ella Quiroga se reconocía así mismo; pertenecía a ese ambiente. Aquí el autor reencontró a la naturaleza. Disfrutaba estar a solas. En 1935 apareció su libro Más allá que incluye diez cuentos ya antes publicados en 1930. En este mismo año, acompañado de su esposa María Elena fue a Posadas donde lo diag- nosticaron con hipertrofia de la próstata. A fines de 1936 se internó en el Hospital de Clínicas en Buenos Aires. Desde ahí le escribió a un amigo: “Sufrimientos físicos de todos los grados hasta el de estar en un alarido desde las dos hasta las seis de la mañana”. (Jitrik, p. 44). El 18 de febrero de 1937, sus biógrafos indican que tuvo una conversación con sus médicos. Durante
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