UNINTERLINGUA 2019

descrito) al gólem. Después, con unas pin- zas, Donissoff le arrancó las uñas una por una para producir y transmitir el inmenso dolor que causaría la deseada sensibilidad en el sistema nervioso de Biógeno. Este experimento era inhumano, pero con éste esperaban poder lograr un éxito definitivo. Cuando Donissoff arrancó la sexta uña del pobre hombre, Ortiz no pudo aguantar más la situación y salió del cuarto. Al octavo desesperado grito de la víctima, Sivel también abandonó el laboratorio, pero el diabólico “ángel” continuó con su tarea macabra. Es posible que algún otro método pudie- se haber sido tan efectivo como el de la tortura, pero este método fue escogido porque sería rápido, y ni siquiera el inmen- so sufrimiento del vagabundo, o ninguna otra cosa, debía interferir en esta creación. Cuando Donissoff concluyó el experimen- to, Biógeno había absorbido toda la tortura que el vagabundo había sufrido; los cientí- ficos habían creado un monstruo de dolor. El gólem empezó a gritar de una manera terrible, todos sus sentidos estaban extre- madamente sensibles y cualquier estímulo por minúsculo que fuese le causaba un profundo dolor. El ruido que causaba el abrir una puerta, la luz del día, beber un poco de agua, o cualquier otro estímulo eran intolerables para el gólem. La vida de Biógeno era una inmensa tortura sin fin. Al igual que en el caso de la rata, el éxito no era completo. Se había matado a un ser humano inocente a cambio de nada. Aho- ra su creación estaba sufriendo tanto como el sacrificado vagabundo. Sin embargo, Donissoff no se rindió. A él sólo le impor- taba satisfacer su sed de éxito total, su sed de gloria y vanidad. Él quería ser tan poderoso como Dios. Al tercer día de haber vivificado a Biógeno, el gólem se desmayó de dolor. Decidido a salvar a su creación a toda costa, Do- nissoff rehizo sus cálculos y concluyó que alguien tendría que servir como acumula- dor para disminuir el dolor de su gólem. El científico de rostro angelical decidió que debía ser él mismo; sus nervios recibirían la corriente emitida por Biógeno y ordenó a Sivel y a Ortiz que lo hipnotizaran y lo conectaran al hombre artificial. Era una idea loca, pero sus colegas no lograron di- suadirlo. Desafortunadamente, durante el proceso de este nuevo experimento, Bió- geno literalmente explotó matando de esta form a Donissoff. La corriente transmitida había sido demasiada; ni el creador ni su creación podían sobrevivir. “Ortiz y Sivel, mudos de horror, quedaron anonadados. ¡Su compañero, el más grande y noble de todos los hombres, aquella criatura de genio y sacrificio, fulminado para siempre! ¡Estaba allí muerto, aquel arcángel de genio que había creado lo más grande que es posible crear en este mundo! ¡Y perdido para siempre! (pp. 66-67) Sivel y Ortiz jamás volverían a atentar otro experimento como este; el precio había sido demasiado alto. Su futuro como cien- tíficos y creadores de vida había muerto al igual que Biógeno, Donissoff y el pobre vagabundo a quien habían torturado hasta la muerte. Una vez más vemos aquí el fra- caso de los científicos como dioses, como creadores de vida. Finalmente se dieron cuenta, aunque demasiado tarde, que no eran dioses, sino hombres, seres inferiores a su creador. Aspiraban a ser iguales a Dios, pero resultaron ser como todos los seres humanos: hombres hechos a imagen y semejanza de su creador. Donissoff, Sivel y Ortiz eran también creaciones, eran

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