UNINTERLINGUA 2020

Más que un ángel, Celeste parece ser una hija de familia como cualquier otra. Especial, sí, pero ¿qué padre o madre no piensa que su hija o hijo es especial? Aquí el punto es que Celeste es realmente un ángel, pero completamente humanizado. Cuando Celeste decide tener relaciones sexuales y dejar de ser virgen, actúa como cualquier otra mujer de su edad. Quizá la única diferencia sea que es ella quien escoge a los hombres con quienes tiene relaciones sexuales y no al revés. Ella los seduce, ella toma la iniciativa, ella hace el papel que por lo general se le asigna al hombre. Irónicamente, cuando quiere tener relaciones sexuales con Armando, a este no le interesa tener relaciones con ella, pero en vez de actuar ofendida, sim- plemente se encoge de hombros. Como si las acciones de Celeste no fueran suficientes para convencernos de que este ángel es un ángel humanizado, cada vez que ella da a luz se humaniza más. No hay nada en ella, como dice Rodero, de la “espiritualidad asociada a los ángeles”. (p.99). La vida de Celeste es tan ordinaria como la de cualquier ser humano. En el cuento de González Valdenegro se vacila entre el terreno de la fantasía y el de la realidad. Los logros de Celeste son siempre celebrados por sus padres por- que, después de todo, es un ángel. Pero en realidad muchas de sus acciones son las acciones de cualquier adolescente. Por ejemplo, al cumplir 21 años y apagar las velas del pastel, el texto nos dice “A la hora de la celebración, caviló largamen- te frente a la torta con las veintiún velas encendidas y decidió que sería su año de iniciación en el sexo. Luego sopló con el éxito esperado…” (p. 426). El apagar las velas se menciona como si fuese un “éxito”, pero ¿por qué? Prácticamente cualquier mujer de 21 años puede apagar las velas de un pastel. Incluso se nos informa que la razón por la cual los padres la dejaban sola todos los viernes por la noche era para darse un recreo de la agotadora tarea de criarla. Sus padres pensaban que con el paso del tiempo sería más fácil, pero era todo lo contrario, y dicha tarea se volvía más pesada, “ya que Celeste comenzaba a enseñar lo que su padre, simplifican- do las cosas, llamaba un genio de los mil diablos”. (p. 426). Una vez más, como en muchos otros ca- sos, en vez de que la crianza de los hijos sea más fácil cuando crecen, muchas veces es más difícil. Celeste bebe cerveza, seduce a los hombres, tiene varios hijos con varios de ellos, y es vanidosa, “Si de algo estaba orgullosa, era de sus pies. Se mantenían, casi por obra de magia, porque ella no invertía esfuerzo en llevarlos rasados y suaves…” (p. 427). En conclusión, podemos decir que hemos pasado del ángel modernista de Amado Nervo a uno to- talmente humanizado que no tiene nada de celes- tial. El ángel que Nervo nos presenta en “El ángel caído” es un ser celeste tradicional como el que vemos en las estampillas religiosas. Por el contra- rio, en “Moraleja para ángeles” de González Val- denegro vemos a un ángel que no tiene nada de tradicional, de celestial, o de sobrenatural. Celeste es un ángel totalmente terrenal, si es que eso exis- te. De lo modernista hemos llegado hasta lo pos- modernista dentro del mismo tema: los ángeles. 22

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