UNINTERLINGUA 2020

casados. Y si han pecado, pasen al confe- sionario, ya Dios padre sabrá qué hacer y qué penitencia imponer.” Mi familia, mi barrio, mi escuela, mi televi- sión, la religión, me marcaron lo bueno y lo malo de mi sexualidad. Lo normal y lo anormal de mi sexualidad, lo que debería y no debería hacer con mi sexualidad. “¿Y mis derechos sexuales?” Me preguntaba yo: “¿Y mi salud sexual dónde carajos quedaba?” Si la salud sexual es la experiencia de proceso en curso, del bien- estar físico, psicológico y socio-cultural, podríamos cuestionar la vivencia plena de mi sexualidad, ya que en mi infancia el tema de la sexualidad era evadido. Por eso, teníamos que recurrir al aprendizaje coetáneo, que en muchas ocasiones está lleno de mitos y ritos cul- pígenos. Y normalmente es ahí, ¿no? Con los amigos, donde nosotros empezamos a atrevernos a hablar de esos temas que de repente no se pueden hablar en lugares abiertos. La vivencia de mi sexualidad la tenía que ejercer en el baño, ahí junto con mis hermanos podíamos hablar de muje- res que gustaran, con quién queríamos hacer el sexo, con quién queríamos hacer el amor y dramatizábamos el acto sexual, siempre lo hacíamos deprisa, tensos y con miedo a que los padres se enteraran. Como es lógico, mis derechos sexuales eran trastocados, usurpados y retorcidos, por eso le llamamos a la plática “Los Reglones retorcidos de la Sexualidad” . Porque la sexualidad se retuerce, se transgrede, se tergiversa, por medio de cosas muy sencillas, por medio de la mi- rada, por medio de la palabra, por medio de las reglas, por medio de la doble moral que hay. 53

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