UNINTERLINGUA 2020

dante me citó el día 7 de mayo del 2008, me habla a mi teléfono y me cita a las 8:45 de la mañana. Me dice “Lemus, tengo una información. Son unos muertos.” El error de los periodistas es que siempre nos sentimos policías ministeriales, agentes del Ministerio Público o jueces. Siempre queremos actuar con la prontitud de un policía. Y queremos acudir inmediatamen- te al lugar de los hechos y hacer presen- cia, como si de nosotros dependiera que se levantara a un cadáver. Cuando acudo a la cita con el comandan- te, que fue justamente en el poblado de Santa Ana Pacueco, Pénjamo, Guana- juato, encuentro a un comandante serio, seco, que al dirigirme lo desconocí prác- ticamente. Lo entendí cuando me voltea de la mano con un movimiento rápido, de esos que hacen los policías, no podría de- cir cómo fue, pero en menos de lo que lo cuento, ya yo estaba de espaldas, perdón de frente a la camioneta, contra la cajuela de la camioneta, con las manos por de- trás. Y ya me estaban sujetando otros dos policías, los que acompañaban al coman- dante. Me subieron a una camioneta, me llevaron esposado y me pusieron una capucha en la cara. Me llevaron desde Santa Ana Pacueco, en los límites con La Piedad, Michoacán. Me llevaron hasta no sé dónde, porque circulamos por espacio de 45, 50 minutos a lo mejor, calculo yo que ese tiempo fue. Como periodista uno es un perro de la calle y conoce los re- covecos de los caminos y las carreteras. Yo sabía que me llevaban por la carretera federal hacía Guanajuato. Yo sabía de qué trataba. Él que me recibió no me dijo nada, me llevó con mucho cuidado hacia dentro de la casa, pues yo estaba sin ver nada. No sé cuánto tiempo pasó, yo re- cuerdo que pasaron días, yo dormía y no dormía, y me quedaba esperando el ruido de algo, pero nunca llegaba nada. Y no sé qué pasaba, yo recordaba y pensaba mu- cho en mi hija, ¿qué iba a pasar con ella? Yo sabía que me iban a matar, porque en ese momento nadie de los que me custo- diaban, que yo calculo que eran al menos, 2 o 3 personas, porque escuchaba voces distintas y sentía manos distintas a veces, que me acomodaban de un lado para otro. Yo sabía que me iban a matar. Esa era para mí, la prueba más clara de que iba a ser ejecutado en ese espacio, no sabía cuándo. No sé cuánto pasó, después supe que fueron 72 horas las que estuve ahí, entre esperando, entre que si llegaba la muerte, entre que si llegaban por mí, que lo que pasara. Escuché luego un ruido de una camioneta y escuché una voz que de- cía, que preguntaba otra vez por mí, que le decía el comandante, reconocí la voz. En ese momento, él me saca nuevamente de la casa, sentí que era noche porque el aire pegaba frío y yo estaba desnudo, y sentí como el aire me calaba muy fuer- te y sentí también el frío de una pistola que me ponían en la cabeza, e hicieron 5 disparos. Recuerdo que el comandante me dijo: “Te acabas de salvar.” Yo después supe que esa salvación vino porque la organización “Reporteros sin fronteras”, apenas desaparecí yo, el día 7 de mayo, se emitió una alerta de desaparición sobre mi persona y se exigió al gobierno del estado de Guanajuato, que me presentara con vida, porque el taquero y otra gente que nos conocían, porque íbamos a al- morzar ahí, sabían que me había ido con el comandante y que él me había llevado, eso fue lo que me salvó la vida. Porque 70

RkJQdWJsaXNoZXIy ODkzNjU=