Hello, aquí Nat! Hoy, el tema va a ser un poco diferente, más que contarles algo, los voy a poner a reflexionar un poco…¿Alguna vez te has detenido a ver tu cuarto como si fueras otra persona? No como tú que vives ahí, sino como si entraras por primera vez. Lo más probable es que encuentres una historia. Porque aunque no lo planeemos, los espacios que habitamos terminan hablando por nosotros.
La forma en que acomodas tus libros (o si tienes libros), si la cama está siempre hecha o en guerra con las sábanas, los colores de tus paredes, lo que decides colgar, guardar, exponer o esconder… Todo eso dice algo. Y no en un sentido de “juicio decorativo”, sino como una forma auténtica de expresión.
Y es que el diseño interior no tiene que ver solo con tendencias de Pinterest o con tener muebles caros. Tiene que ver con cómo te apropias del espacio que habitas. ¿Te hace sentir bien? ¿Te inspira? ¿Te abruma? ¿Te refleja?
Pensar tu espacio es también pensarte a ti. Hay quien necesita orden para respirar, quien vive feliz entre caos creativo, quien colecciona velas aromáticas o quien prefiere paredes vacías. No hay forma correcta, pero sí hay formas que nos funcionan más.
Rediseñar un rincón, mover un mueble, poner una planta o cambiar la lámpara de lugar no es poca cosa. Es una forma de autocuidado. Y a veces, cuando sentimos que no podemos controlar nada, empezar por el lugar donde dormimos, comemos o trabajamos puede ser el primer paso para cambiar otras cosas.
¿Y si lo vemos como un acto creativo?
No necesitas ser diseñador ni gastar una fortuna. Solo observar. Preguntarte: ¿qué necesito de este espacio? ¿Qué quiero sentir aquí? ¿Qué me sobra, qué me falta, qué puedo transformar?
Tu cuarto, tu escritorio, tu sala o hasta tu esquina favorita pueden convertirse en el reflejo de quién eres hoy (y de quién estás siendo). No para mostrarlo a nadie, sino para habitarlo tú.
Nos leemos en el próximo blog, pero mientras tanto:
échale un ojo a tu espacio. Tal vez te está contando algo que no habías notado.
