Leer a Jaime Sabines es leer a uno de los mayores poetas del siglo XX. Sin duda, se trata de un hombre que logró hablar de temas universales como la muerte y el amor de una manera tan única y certera, que aun en nuestros días, sus poemas continúan vigentes.
Nació el 25 de marzo de 1926 en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. Sus padres pertenecían a mundos culturalmente distintos. Su madre fue Luz Gutiérrez, una acaudalada aristócrata. Su padre, Julio Sabines, un inmigrante de origen libanés que vivió y trabajó en Cuba, después en Nueva Orleans y luego llegó a Mérida, Yucatán, en tiempos de plena Revolución Mexicana.
Julio Sabines se enlistó en el ejército y fungió como teniente. Luego se cambió de Mérida a Chiapas y estuvo bajo el mando de Venustiano Carranza. Entonces conoció a Luz Gutiérrez, se casó con ella en 1915 y abandonó la vida militar.
Julio no era un hombre muy culto. No obstante, había aprendido bastante durante sus travesías. Además, solía leerle a Jaime un libro que lo marcaría para siempre: Las mil y una noches. A partir de entonces, Jaime comenzó a sentir una fuerte inclinación hacia la literatura.
En Chiapas, Jaime estuvo en constante contacto con la naturaleza, hecho que influiría posteriormente en el desarrollo de su sensibilidad y de su poesía. Tiempo después, la familia tuvo que trasladarse a la Ciudad de México donde nuestro futuro poeta iniciaría la secundaria.
Sin embargo, no pasó mucho tiempo para que volviera a Chiapas y deslumbrara con la solidez de su memoria a todo el que lo conociera. Incluso, una de sus grandes hazañas, en ese entonces, fue aprenderse los nombres de todos los reyes chichimecas.
La inclinación de Sabines por la escritura se dio quizá durante su etapa como declamador. Sus primeros escritos fueron publicados en revistas estudiantiles y llevaban por nombre Ruego inútil, A la bandera y Primaveral.