12 grandes personajes femeninos del teatro universal

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Dice un refrán muy popular que “Detrás de un gran hombre, siempre hay una gran mujer”. Pero, ¿por qué situar a la mujer siempre detrás, apoyando al personaje masculino? Nos hemos sumergido en la historia del teatro universal para sacar a la superficie a todas esas mujeres que han dado la cara. Medea, Nora, Julieta… Un bombón de papeles que a cualquier actriz le gustaría interpretar (por algo son los escogidos por las divas).

He aquí nuestra selección de algunos de los más grandes personajes femeninos del teatro universal:

1. Medea (Medea, Eurípides, 431 a.C.)

Cartel de ‘Medea’ interpretada por Sarah Bernhardt.

Medea es una mujer orgullosa, perdidamente enamorada de su marido Jasón. Cuando este la traiciona para casarse con la hija del rey de Corinto, Medea regala a su prometida una corona de oro y una túnica envenenadas que acaban con su vida.

Pero Eurípides no retrata sin más a una asesina enfurecida por los celos. La psicología de la protagonista cobra (por primera vez en la historia del teatro) más importancia que sus acciones en sí. Su conflicto  trágico se divide entre su amor propio y el amor a sus hijos… Y por mucho que el coro aconseje a Medea que siga la tradición (ten paciencia, sufre, aguanta), esta termina por matar a sus propios niños como castigo a sus enemigos.

Los críticos teatrales acusan al autor griego de misoginia, y le reprochan que pusiera las malas acciones en manos de personajes femeninos. Sin embargo, Eurípides fue el primero en elevar a la mujer en una tragedia griega desde la categoría de arquetipo a la de persona, capaz tanto de hacer el bien como de hacer el mal.

2. Celestina (La Celestina, Fernando de Rojas, 1499)

Si bien Celestina no daba nombre a la obra original (Tragicomedia de Calisto y Melibea), su relevancia en la obra es tal, que acabó por darle título.

El personaje es lo opuesto a los personajes idealizados de la época medieval: frente a la mujer angelical y pasiva, Celestina es una sabia y avariciosa hechicera, con iniciativa y simbologías demoníacas (como la barba y la cicatriz que cubre su rostro). Capaz de manipular a cuantos la rodean, Celestina es conocida y necesitada en la ciudad, ya que representa el placer que todos desean, pero que no siempre pueden conseguir abiertamente.

3. Julieta (Romeo y Julieta, Shakespeare, 1595)

Aunque la historia trágica de los amantes de Verona ya circulaba décadas antes de que Shakespeare la versionara, fue el autor isabelino quien consiguió sacarle mayor partido, sobre todo por la transformación que sufren sus personajes.

Julieta es una adolescente a punto de cumplir catorce años, la niña mimada de su casa, educada para convertirse en una dama de la época. Sin embargo, Romeo se cruza en su camino, y Julieta se transforma completamente cuando se enamora de él. Se vuelve de pronto adulta, capaz de enfrentarse con inteligencia a problemas de los que nunca ha querido saber nada (como el enfrentamiento de su familia, los Capuleto, con la familia de los Montesco, a la que pertenece Romeo), y buscarles una solución.

Desafortunadamente, el idealismo juvenil choca con el mundo real, y el plan trazado acaba en tragedia: Romeo cree que su amada está realmente muerta, y se quita la vida justo antes de que despierte Julieta, que prefiere clavarse un puñal en el pecho antes que vivir sin él.

4. Lady Macbeth (Macbeth, Shakespeare, 1606)

Repetimos autor, porque el personaje lo merece. A menudo se considera a Lady Macbeth una representación del conflicto entre los rasgos culturalmente asociados a lo femenino (el instinto maternal, la compasión y la fragilidad, características que ella trata de reprimir), y los valorados como masculinos (la ambición, la crueldad y el ansia de poder, todas ellas cualidades que se dan en el personaje).

Pero Lady Macbeth es un personaje mucho más complejo psicológicamente que la etiqueta “encarnación del mal” que a veces se le endosa, y es por eso que resulta tan atractivo para actrices de la talla de Judi DenchHelen Mirren o, próximamente, Marion Cotillard. La escena en que una sonámbula Lady Macbeth, atormentada por la culpabilidad, confiesa los asesinatos a su médico justo antes de suicidarse, es una de las más reconocidas de toda la obra shakesperiana.

5. Laurencia (Fuente Ovejuna, Lope de Vega, 1612-1614)

Casi todos los personajes de las obras del Siglo de Oro están tipificados (el galán, la dama, etc.), pero Lope de Vega se tomó licencias en algunos casos, como el de Laurencia, que adopta el rol que típicamente se otorgaba a los hombres.

El personaje de Laurencia es el de una mujer con mucho sentido común y los pies en la tierra, fuerte y autosuficiente, que responde a los ataques con ataques. Cuando el Comendador se aprovecha del pueblo de Fuente Ovejuna y abusa de sus jóvenes (entre ellas, Laurencia), esta no duda en enfrentarse a su padre y a los hombres del pueblo para recriminarles su cobardía y su falta de honra. Gracias a ese discurso el pueblo se une en contra del Comendador.

6. Fedra (Fedra, Racine, 1677)

Helen Mirren como Fedra, de Racine.

Se suele juzgar a las actrices francesas según la calidad de sus Fedras, tal es la dificultad e importancia de este personaje.

La historia se centra en la pasión de Fedra, mujer de Teseo, por su hijastro Hipólito. Y aunque desde el principio ella intente olvidarse de él y se debata entre el deseo y la moralidad, está destinada a la fatalidad, y arrastra a Hipólito con ella.

7. Doña Inés (Don Juan Tenorio, José Zorrilla, 1844)

Por mucho que Albert Boadella piense que Don Juan no ligaría en el Siglo XXI, lo cierto es que más de una y más de dos mujeres se siguen derritiendo al leer los versos que Zorrilla pone en nombre de su protagonista.

¡No nos extraña que Doña Inés, la novicia que nunca había salido del convento, cayera también rendida a los pies de Don Juan! Doña Inés es la heroína de la obra y representa todos los cánones (físicos y emocionales) de la época, de fuerte influencia cristiana: la inocencia, la pureza y la espiritualidad son sus características principales, y gracias a ella Don Juan Tenorio se salva de la condena en el infierno.

8. Nora (Casa de muñecas, Henrik Ibsen, 1879)

El portazo final de Nora es posiblemente el más famoso de la historia del teatro universal. Con él, la protagonista de Casa de muñecas se despide de una familia a la que siempre ha estado supeditada, y por la que se ha sacrificado hasta el punto de olvidarse de sí misma. Nora decide que aún puede salvarse de la desesperación si conserva su libertad, y se marcha, enarbolando así los principios del feminismo y de la liberación de la mujer.

Tanto revuelo causó la obra en su estreno, que en las invitaciones y tarjetas de visita ¡se pedía que no se hablase de Nora para evitar debates que podían incendiarse más de la cuenta!

9. Nina (La gaviota, Anton Chéjov, 1896)

La gaviota se convirtió (bajo la dirección de Stanislavsky) en el símbolo del teatro ruso moderno, y Nina, su protagonista, en el papel ansiado por todas las actrices.

Ella es una joven aspirante a actriz que sueña con las altas esferas y admira a la gente importante. Su pasión e ímpetu son el símbolo de las nuevas generaciones que estaban a punto de hacer estallar la Revolución Rusa. Sin embargo, al igual que la gaviota que fusila el personaje de Tréplev, Nina acaba cayendo, es abandonada por Trigorín, y vive penurias muy alejadas de sus sueños de grandeza.

10. Bernarda Alba (La casa de Bernarda Alba, Federico García Lorca, 1936)

Como el dios mitológico Cronos, que se comía a sus hijos, Bernarda asfixia a sus hijas en un espacio hermético y claustrofóbico regido por el “silencio” (palabra con que comienza y termina La casa de Bernarda Alba).

Bernarda Alba considera que su verdad es la única y trata de imponer orden a sus cinco hijas, condenadas al luto tras la muerte de su padre. Por debajo de su preocupación por el qué dirán subyace un instinto de poder que pretende ser absoluto; de hecho, a Bernarda se la identifica comúnmente con los movimientos fascistas que estaban surgiendo en Europa cuando García Lorca escribió la obra.

Su autoritarismo acabará volviéndola ciega ante la realidad. Aunque se dé cuenta del error que ha cometido cuando Adela, su hija menor, se suicida, no es capaz de admitirlo y vuelve a ordenar silencio.

11. Anna Fierling (Madre Coraje y sus hijos, Bertolt Brecht, 1939)

Durante la Guerra de los 30 años, Anna Fierling ha conseguido hacer de la guerra su manera de ganarse la vida, sorteando a católicos y protestantes, y diciéndole a cada uno lo que quiere oír para su propio beneficio. Todo ello le ha valido el sobrenombre de Madre Coraje.

Se dice que Meryl Streep ha hecho la mejor interpretación hasta la fecha de este personaje, el de una mujer que antepone su supervivencia y la de sus hijos a cualquier ideología política. Pero la guerra le quita también, por un motivo u otro, a sus tres hijos, que suponen su máximo orgullo.

https://youtube.com/watch?v=9pP3kj06CNM

12. Blanche Dubois (Un tranvía llamado Deseo, Tennessee Williams, 1947)

La obra presenta un choque de trenes entre dos personajes que se ven llevados al límite, al cuestionarse mutuamente. Por un lado, Stanley, un hombre primitivo, dominador y violento; por el otro, Blanche, la cuñada de Stanley, y la única capaz de rebelarse ante él.

Blanche Dubois, el papel que le valió un Oscar a Vivien Leigh, es una mujer soñadora, pero vencida por la vida. No ha llegado a conseguir el sueño americano que buscaba, y la frustración la ha convertido en una mujer excéntrica y neurótica, que trata de ocultar su pasado y de mantener una reputación de sofisticación que se cae a pedazos, igual que su ilusión por encontrar el amor.