Pasaron 336 años del nacimiento del músico nacido en la ciudad alemana de Halle. Sin embargo, continúa siendo uno de los favoritos del barroco europeo, junto con Bach, y de los más influyentes de la música universal. En esta nota, repasamos parte de su gran legado musical y cómo deslumbró a los ingleses con las grandes óperas de Italia.
Su padre, cirujano de la corte de Sajonia, quería que el niño fuera abogado. Sin embargo, desde muy temprano, este demostró un gran interés y predisposición por la música y la composición. Fue tal la insistencia que, finalmente, se le permitió estudiar con el organista Friedrich Wilhelm Zachow, un destacado músico y profesor del llamado Barroco alemán. A partir de ahí, el niño conoció y aprendió composición y géneros musicales, y las obras de los más grandes compositores hasta el momento; sin advertir que él mismo se convertiría también en uno de los más notables de su generación: Georg Friedrich Händel.
Fue ahí, en Italia, cuando la corte de Hannover lo contrató como maestro de capilla para que desplegara todo su trabajo musical. Esto, además, le permitía viajar y exponer las óperas italianas que tanto le fascinaban. Y lo hizo en Londres, donde la música italiana estaba muy de moda. De hecho, a sus 34 años, la aristocracia inglesa inauguró un teatro dedicado a la ópera de la bella Italia. Händel, maravillado y sin perder la oportunidad, se quedó mucho más tiempo del requerido. La corte de Hannover lo despidió y él se quedó en Londres, escribiendo óperas y difundiendo las mejores piezas italianas, entre otras composiciones. Allí en Inglaterra fue más que reconocido y por eso permaneció durante 48 años, hasta el final de su vida. En 1727 obtuvo la nacionalidad británica.
Su gran pasión fue la ópera, aquellas obras dramáticas para ser representadas mediante el virtuosismo del canto lírico, con acompañamiento instrumental. No obstante, en tanto lenguaje musical, la sensibilidad y el sentido dramático de Händel lo llevaron siempre más allá. Se dio cuenta de que servir únicamente a las voces en escena no era suficiente: la música también debía llegar al público, el sonido también tenía que aportar al personaje una profundidad psicológica genuina.
Esto se puede ver en algunas de sus óperas como Julio César (1724), Orlando (1733) y Alcina (1735). Händel no quería un simple virtuosismo vocal de los intérpretes. Entonces, le aporta una mayor riqueza con efectos que intentan, sobre todo, conmover y emocionar. En Julio César, por ejemplo, colocó una segunda orquesta en el escenario, nada habitual entonces, para aportar más dramatismo al espectáculo mismo. En sus obras, de algún modo, siempre se encuentra ese toque superador.