¡Qué onda, comunidad, aquí Nat!
Hoy les traigo un tema que huele a tierra mojada (pero solo si tienes la suerte de encontrar una). ¿A poco no les ha pasado que quieren salir a caminar, descansar bajo un árbol o sentarse en un parque… y no hay dónde? Y cuando sí hay algo verde, resulta que está seco, mal puesto o lleno de basura.
En muchas ciudades, las áreas verdes están mal distribuidas, escondidas o de plano abandonadas. Tener un parque cerca se ha vuelto un lujo, y en vez de espacios públicos para convivir o relajarse, terminamos en camellones tristes o glorietas con pasto de adorno. Y no hablemos de los árboles plantados “por compromiso”: palmeras que no dan sombra, especies invasivas que levantan banquetas o árboles que mueren al mes porque nadie los cuida. Plantar sin planificación no es solución, es parche.
Pero no todo está perdido. Hay formas de hacerlo bien. Por ejemplo, sembrar árboles nativos que realmente den sombra, que no afecten la infraestructura y que puedan mantenerse con bajo consumo de agua. También diseñar microparques o jardines de bolsillo en esquinas subutilizadas, corredores verdes que conecten espacios existentes, y sobre todo: que lo verde esté pensado como parte de la ciudad, no como un relleno de último momento.
(Dato curioso, el arquitecto culpable de volver verde la CDMX es Fernando Ortiz Monasterio).
El verde urbano es salud, identidad, sombra, comunidad. Si vamos a sembrar, que sea con intención. Si vamos a diseñar, que sea pensando en quedarnos, no en pasar de largo.
Imagina ciudades donde lo verde no sea un lujo, sino un derecho. Donde cada árbol cuente una historia, cada parque abrace a su barrio y cada sombra sea un respiro compartido. No se trata de llenar espacios con plantas, sino de sembrar vida con intención.
Así que la próxima vez que veas un árbol seco o un rincón olvidado, piensa en lo que podría ser… y exige lo que debería ser.
Con amor (y algo de tierra bajo las uñas), les deseo un buen inicio de semana.
