¿Qué es un edificio que no se habita? ¿Sigue siendo arquitectura? ¿Se podría decir que vivimos en una constante y cotidiana coreografía que estructuramos todos los días con nuestro habitar en el mundo? Distintos filósofos y teóricos de la arquitectura han abordado durante mucho tiempo la cuestión de que la arquitectura no es simplemente un conjunto de concreto, acero y cristalería listo para resguardar a los usuarios, sino que la arquitectura es también todas las acciones que alberga, todos los cuerpos, el conjunto de alientos y movimientos. Esto se ha ido reforzando cada vez más con diferentes teorías que abordan al cuerpo como actor y lugar; las teorías del cuerpo en la arquitectura no son tan raras como podríamos creer puesto que diversos esfuerzos como la consolidación de la ergonomía y el modulor de Le Corbusier han tratado de entender su relación con la arquitectura y con los objetos con los que nos relacionamos todos los días.
Pero ¿qué pasaría si entendiéramos nuestros cuerpos como espectros danzantes que diseñan las ciudades constantemente? la arquitectura quizá se convertiría en un reiterado ensayo en abierto, que regresa cada noche a los mismos temas, a las mismas inquietudes, a los mismos gestos, pero que nunca se cierra, porque se reformula y se replantea en cada nuevo encuentro, tal como la danza y los movimientos que nacen del cuerpo.