El pasado 11 de septiembre, nuestro equipo participó en el 1er Foro de Paz en Morelos, un espacio que reunió a municipios y ciudadanos para reflexionar y, sobre todo, actuar a favor de la paz.
El concepto de “paz” ha evolucionado significativamente a lo largo de la historia, pasando de ser simplemente la ausencia de guerra a entenderse como un proceso dinámico, positivo y constructivo.

De la paz negativa a la paz transformativa
A lo largo de la historia, la idea de paz ha tomado diferentes formas. La llamada Pax Griega o Paz de Calías (449 a.C.) fue un tratado de no agresión entre Atenas y el Imperio Persa. No representaba una paz universal, sino un acuerdo limitado para evitar la guerra entre potencias agotadas.
De manera similar, la Pax Romana es el ejemplo clásico de una paz negativa. Roma garantizó estabilidad y ausencia de grandes guerras dentro de su imperio, pero lo hizo mediante la fuerza militar, la represión y la imposición cultural. Era, como señaló Tácito, una “paz del sepulcro”, beneficiosa solo para el poder dominante.
Este tipo de paz, llamada paz negativa, se entiende como la simple ausencia de guerra. Sin embargo, un país puede estar libre de conflictos armados y aún padecer hambre, represión o discriminación; en cambio, la paz positiva no se define por la ausencia de violencia, sino por la presencia de justicia social, igualdad y condiciones que permitan el desarrollo humano. Busca erradicar no solo la violencia directa, sino también la estructural y cultural. Posteriormente surge la idea de paz transformativa, que va un paso más allá. No se limita a resolver conflictos, sino que transforma las estructuras y relaciones que los originan. Su meta es construir sistemas justos y sostenibles desde las comunidades, logrando una paz duradera y equitativa.
Medios de Comunicación Responsables: ¿Constructores o Destructores de Paz?
El papel de los medios de comunicación en la construcción de paz es fundamental. No son simples observadores, sino actores con capacidad de influir en la percepción social y en la forma en que se entienden los conflictos.
Un periodismo ético no puede limitarse a cubrir la “nota roja”. Su tarea va más allá: debe apostar por el periodismo de soluciones, que no solo informe sobre la violencia o los problemas, sino que también visibilice las iniciativas exitosas de prevención, reconciliación y transformación social.
Otro reto es evitar la sensacionalización. Glorificar la violencia o darle protagonismo excesivo al conflicto refuerza la cultura del miedo y la deshumanización.
Los medios tienen el poder de difundir historias positivas: actos de paz, expresiones artísticas, proyectos comunitarios y ejemplos de resiliencia. Al hacerlo, ofrecen narrativas alternativas que muestran que la paz no es una utopía, sino una realidad que ya se está construyendo en muchos territorios.
Los medios pueden ser constructores de paz si eligen informar con responsabilidad, promover la esperanza y dar voz a quienes trabajan por un futuro más justo y solidario.

Diplomacia y diálogo: la antítesis de la coacción
La diplomacia es el instrumento fundamental para alcanzar una paz positiva, tanto en el ámbito internacional como en el nacional. A diferencia de la coacción, que busca imponer soluciones mediante la fuerza, la diplomacia parte del reconocimiento del otro como interlocutor válido y apuesta por el entendimiento mutuo como vía de transformación.
En el caso de México, resulta necesario ir más allá de la estadística. Promover la paz no puede reducirse a disminuir las cifras de homicidios, pues esa sería solo una expresión de paz negativa. La verdadera construcción de paz implica garantizar bienestar social a través de la creación de empleo, el acceso a oportunidades educativas, la recuperación de espacios públicos seguros y la generación de confianza en las instituciones. Solo así se pueden atacar las causas profundas que alimentan la violencia y fortalecen a los grupos criminales.
Los desafíos de la paz: entre intereses, desigualdad y falta de voluntad
En nuestro equipo hemos estado reflexionando sobre los grandes desafíos que enfrenta la paz y cómo, desde lo individual y lo comunitario, podemos comenzar a actuar para hacerla posible. Hablar de paz no es solo pensar en la ausencia de violencia, sino en la construcción de condiciones que permitan el bienestar, la justicia y la igualdad.
Uno de los principales retos son los intereses creados. Existen actores políticos, económicos e incluso criminales que obtienen ventajas de la desigualdad y del caos. Para ellos, la violencia estructural no es un problema, sino una herramienta de control y de poder. Esta dinámica nos mantiene atrapados en lo que llamamos paz negativa: no hay necesariamente guerra abierta, pero sí condiciones de injusticia que impiden la convivencia justa y pacífica.
A esto se suma la desigualdad extrema. La brecha cada vez más grande entre ricos y pobres genera un terreno fértil para el resentimiento social, el crimen y la desconfianza. Resolver esta situación exige no solo buenas intenciones, sino una redistribución real de riqueza y oportunidades, lo cual representa un reto político enorme que pocas veces se asume con seriedad.
Otro obstáculo son las narrativas de odio, muchas veces amplificadas por líderes políticos y medios de comunicación. Cuando se culpa a los inmigrantes, a los opositores o a ciertos grupos sociales de todos los males, se fomenta la división y se destruye la armonía social. En lugar de tender puentes, se levantan muros que separan y debilitan a la comunidad.
La falta de voluntad política es también un freno constante. Muchos gobiernos prefieren apostar por medidas rápidas y represivas para dar una sensación de control, en lugar de invertir en procesos largos, costosos y complejos como la educación, la salud, la equidad y la justicia social. El resultado es una paz frágil, sostenida con fuerza, pero incapaz de resolver los problemas de raíz.
El caso de México ilustra perfectamente estos desafíos. Nuestro país enfrenta al mismo tiempo una paz negativa rota, reflejada en la violencia armada generalizada, y una violencia estructural profunda, marcada por la desigualdad, la corrupción y la impunidad. El reto es doble: detener la violencia directa y, al mismo tiempo, construir instituciones sólidas y condiciones para una paz positiva y transformativa. Esto no se logra de la noche a la mañana. Requiere décadas de consistencia política, participación ciudadana y un compromiso colectivo que trascienda a los gobiernos de turno.

Hablar de paz, entonces, no es hablar de un ideal lejano, sino de un proceso difícil que nos interpela a todos. La pregunta es: ¿estamos dispuestos a enfrentar estos desafíos, no solo como sociedad, sino también desde nuestras acciones individuales y comunitarias?