
No es un fenómeno nuevo, pero sigue siendo igual de nefasto para el periodismo. En especial en una época en que la desinformación usa el carril de alta velocidad para propagarse, apoyada en el uso antiético de la inteligencia artificial y poderes autoritarios que, con las manos llenas de recursos, pujan por imponer sus narrativas. Me refiero al fenómeno que el periodista Miguel Ángel Bastenier bautizó como la “dictadura del clic”. O más recientemente llamado “clickbait”. Por desgracia, abunda y el ecosistema informativo digital de Nicaragua no es la excepción.
Antes de extenderme en el tema, quiero dejar claro que esto no es una crítica particular contra un medio de comunicación o periodista, sino una preocupación genuina de cómo el clickbait atenta y resulta contraproducente para el periodismo como una institución vital para la democracia, pero cada vez más relegada por las nuevas tendencias de consumo informativo, la desinformación rampante, y el descrédito generado por enemigos de la prensa (y, también hay que decirlo con franqueza, por esta práctica).
Por ejemplo, hace pocos meses, después de la muerte de la expresidenta Violeta Barrios de Chamorro, una hija del dictador Luis Somoza publicó una “carta abierta” en Facebook dirigida al periodista Carlos Fernando Chamorro. Para resumirla, le reclama al director de Confidencial por llamar “dictadura” al somocismo durante su discurso durante el funeral de su madre en Costa Rica, en el exilio. Dice la señora Somoza que la administración de sus antecesores “cometió errores”, pero nada considerable para ser considerada una “dictadura”.
Pudo haber pasado como una publicación de Facebook menor, basada en argumentos insostenibles, a la luz de hechos históricos incontestables: que la dinastía somocista fue, efectivamente y con todas sus letras, una dictadura que encarceló, torturó, exilió y se atornilló en el poder mediante matonismo y fraude político. Sin embargo, lo grave del asunto es que varios periodistas y medios de comunicación “hicieron noticia” dicho post.
¿Por qué creo que es preocupante? Si bien el periodismo informa, explica y publica reacciones, el oficio mismo tiene un método que lo distingue de la libertad de expresión en general: corrobora, contrasta, contextualiza, pone en entredicho y no publica lo insostenible o que riñe contra los hechos. O al menos hacer enfoque en que la carta que rayaba en un juicio familiar y no un hecho ampliamente aceptado: que el somocismo fue una dictadura. Cuando un medio de comunicación o un periodista va a publicar, creo que antes debe pasar la información por varios filtros éticos y de rigor. Sobre todo preguntarse cuál es el para qué de publicar, sin contrastar, una “carta abierta” que hace apología de un régimen que jodió a Nicaragua y a los nicaragüenses, igual que la Revolución Sandinista.
¿Me pregunto si antes de publicar valoraron lo ofensivo que podía resultar para Carlos Fernando y su familia hacer eco de lo que dicen remanentes de una familia que ordenó en 1978 asesinar a su padre, el Héroe Nacional Pedro Joaquín Chamorro? El director mártir de La Prensa sufrió carceleadas, tortura, bombardeos a la redacción y exilio. Además, ¿pensaron en lo igualmente ofensivo para las víctimas directas del somocismo y sus familiares?
Creo que son consideraciones demasiado trascendentes como para pasarlas por alto… pero lo hicieron. Entiendo que, desde hace rato, en el ecosistema de redes sociales tiende a compararse a los Somozas con la dictadura de Daniel Ortega y Rosario Murillo. Que la actual tiranía es más cruel y perversa que la dinastía pasada. En esa fútil comparativa, el periodismo debe ser un polo a tierra entre tanta polarización. Ponderar los hechos, contextualizar, dar cabida a la diversidad de voces y editorializar de una manera honesta. No caer en la frivolidad. Alejarnos del tremendismo y el sensacionalismo que desemboca en esos titulares para el clickbait. Ambas dictaduras fueron lo que fueron y han sido lo que vienen siendo: criminales con sus propios matices, pero criminales al fin.
A Nicaragua le hace falta un real y profundo ejercicio de memoria histórica. Y los periodistas tenemos una responsabilidad central en ese pendiente: evitar el clickbait porque trivializa el sufrimiento nacional y de las víctimas. Se vuelve un insumo de consumo rápido. Allí es cuando el periodismo se convierte en cómplice de la revictimización. Tampoco podemos caer en revisionismos históricos superficiales, pasando por alto el siempre intrincado sino de nuestra historia sociopolítica. La complejidad de los tiempos.
De nuevo, entiendo la imperiosa necesidad de adaptarnos a las nuevas formas de consumo de información. Entender las nuevas plataformas y acoplar el periodismo a esos lenguajes y formas. Sin embargo, lo que no debe suceder nunca es adaptarnos olvidando las premisas básicas de este oficio. Las narrativas, las maneras de contar, las plataformas cambian, pero el tuétano del periodismo debe ser el eje rector de toda innovación.
De lo contrario, vaciar de rigor periodístico una nueva forma de contar nos conduce a un viejo dilema: la delgada línea entre activismo (o propaganda) y el periodismo. O, para sonar actual, entre involucionar a ser un creador de contenido o ejercer como periodista. Esa diferencia es capital. Lo nuclear del asunto es que el periodismo tiene un método: géneros y espacios en los que se vale opinar y editorializar, pero siempre desde la independencia de pensamiento. No se trata de montarnos en oleadas de conversaciones digitales bizantinas en las que abundan clics por pescar. Mucho menos publicar para complacer o simpatizar con un grupo político o social de moda, por más ruidoso que sea en redes sociales.
En nuestro caso, al periodismo no le corresponde dictar que la derecha es buena o que la izquierda es mala, ni viceversa, sino alertar sobre el autoritarismo en todas sus formas. No somos sepultureros ideológicos: somos garantes de una conversación plural que permita a los ciudadanos tomar mejores decisiones. Tampoco se trata de justificar a personajes de nuestra historia sociopolítica, pero cada etapa y acción tienen un contexto que no se pueden obviar. Incluso los malos tienen contexto que los explican mejor, y debemos abordarlo para trascender la anécdota, el señalamiento a medias, porque la gente necesita el panorama más completo posible. Capote lo hizo en A Sangre Fría y trascendió. Todo aludido tiene derecho a ser consultado antes de que publiquemos. Es básico. Como dice un gran editor nicaragüense: “no todo es blanco y negro: hay grises”. Y son esos grises los que ameritan contarse, porque allí se revela el conflicto, la contradicción y, en última instancia, la complejidad de nuestra naturaleza humana.
Este tipo de prácticas clickbait no solo “banalizan” hechos históricos o políticos, sino que abren la puerta a la desinformación. Cuando los titulares se diseñan para provocar tráfico más que para informar, contribuyen al ecosistema de fake news al difuminar las fronteras entre verdad, opinión y manipulación. El clickbait erosiona la confianza en los medios de comunicación. Al final, la audiencia, cuando detecta titulares manipuladores, termina trasladando esa sospecha al periodismo en general. La consecuencia es un descrédito que favorece a regímenes autoritarios, que luego señalan: “ven, los medios (periodistas) mienten”.
Como suele decir el colega Carlos Dada, el periodismo tiene una responsabilidad frente a la audiencia, pero no se debe a ella, sino a sus principios. La audiencia no siempre busca lo que necesita saber. Si solo se sigue el criterio de lo que genera más clics, se condena a la sociedad a vivir en un presente somero, insustancial, sin contexto y memoria laxa. El periodismo, en cambio, debe ampliar la mirada, no reducirla al trend. Renunciar, alivianar o obviar ese método es traicionar al periodismo. Y estoy claro que el reto es mayúsculo, porque ese ejercicio, probablemente, no resulte tan popular y llamativo para los clics que convierten y monetizan en un contexto económico tan perro para el oficio.
Ese afán de viralidad que ahora prima entre mucho periodismo, y no sólo en Nicaragua, es el camino más corto hacia la intrascendencia. Lo viral es efímero. El periodismo –que se adapta sin perder el norte del rigor– dura siglos. Una noticia viral puede morir en horas, mientras que un reportaje con rigor y contexto construye memoria histórica. El periodismo como servicio público versus periodismo como espectáculo. Hay que entretener, pero sin ser banales y desproporcionados. La precisión es credibilidad.
He tenido la fortuna de pasar por redacciones en las que se discuten mucho los enfoques antes de publicar. No siempre se acierta, pero se procura no caer en esta práctica, aún cuando las coberturas actuales tienen como uno de sus mayores fuertes la producción audiovisual, el formato de mayor consumo en la actualidad. Estoy claro que debemos sumarnos a las tendencias, ser relevantes y digeribles, pero sin perder el rigor periodístico que nos da sentido.
Creo fervientemente que el compromiso del periodismo en contexto como el nicaragüense es total con la defensa a ultranza de los derechos humanos, pero siempre con un brazo de distancia sin perder la humanidad. Tenemos que ser verdaderamente útiles para la construcción de democracia, no reproductores de más polarización, ni de banalidad que trivializa, ni de frivolidad que convierte todo en un festín de clics y reproducciones. De nuevo, intentemos ser relevantes sin estridencias ni tanto adjetivo sobrante.
Para terminar, recurro a Mario Vargas Llosa, quien en La Civilización del Espectáculo advirtió sobre la trivialización de la cultura y la sustitución del pensamiento crítico por el entretenimiento inmediato. Así como la literatura y el arte se ven reducidos a productos de consumo fugaz, el periodismo corre el riesgo de degradarse en titulares y piezas diseñadas solo para atraer clics, pero vacíos de contexto y rigor. Y esa conversión de la información en espectáculo no solo banaliza la memoria histórica y la política, sino que también erosiona la democracia al habituar a los ciudadanos a consumir ruido en lugar de periodismo ético, verificado, contrastado y contextualizado.
FUENTE: *Coordinador editorial y editor de Divergentes, colabora con El País, The Washington Post y The Guardian. Premio Ortega y Gasset y Rey de España. Este contenido fue originalmente publicado por Divergentes el 8 de septiembre de 2025.