En el marco de una nueva elección presidencial en Estados Unidos, analizamos cómo la fascinación mediática por las figuras ‘antisistema’ puede transformar al periodismo en espectáculo, y promover el surgimiento de controversiales líderes políticos.
La política contemporánea ha visto la aparición de figuras públicas que, desde fuera de los círculos tradicionales de poder, logran conquistar al electorado y alcanzar las más altas magistraturas. Esta ola de líderes “outsiders” tiene un común denominador: el papel clave del periodismo en sus ascensos.
El periodismo actúa como un combustible que enciende y mantiene vivo el fenómeno de estos personajes políticos. En su búsqueda por captar audiencia, los medios elevan a figuras que desafían el statu quo, al transformarlos en productos mediáticos que, para bien o para mal, atraen y mantienen la atención pública.
A pocos días de las elecciones presidenciales en Estados Unidos, en las que Donald Trump, empresario y exestrella de la telerrealidad, se presenta con serias posibilidades de asumir un segundo mandato, el papel de los medios en el surgimiento de figuras como él se vuelve un tema crucial. Nos invita a reflexionar sobre la delgada línea entre la información y el entretenimiento y cómo esta tiene serias consecuencias en la democracia.
De figuras mediáticas a figuras políticas con el periodismo como amplificador
Un primer paso en el ascenso de estos líderes es, a menudo, su acceso a los medios como expertos o personajes de entretenimiento. Javier Milei, actual presidente de Argentina, comenzó su carrera pública como un economista controvertido en programas de televisión, donde su estilo directo y sin filtros no solo le dio notoriedad, sino también altos índices de audiencia a los espacios que le cedían el micrófono. El formato televisivo de tertulias, predominante en Argentina, le permitió expresar ideas radicales de forma accesible y cautivadora, convirtiéndolo rápidamente en un personaje generador de interés.
La retórica libertaria y confrontativa de Milei le aseguraba un espacio constante en los titulares, mientras su presencia en los medios evolucionaba de comentarista a figura de debate y, finalmente, a fenómeno político. En cada aparición, periodistas y productores resaltaban su carácter polémico, y así aprovechaban la novedad e impacto de sus ideas como auténticos imanes de audiencia.
Un caso similar es el de Donald Trump, quien consolidó su fama a través del programa The Apprentice, donde se le proyectaba como un magnate decidido y exitoso, dejando de lado sus fracasos empresariales y ampliando su exposición mediática hasta el punto de crear una imagen atractiva para la política.
Esto se confirmó durante su primera campaña presidencial, donde Trump recibió una cobertura mediática mayor que cualquier otro candidato o precandidato a las elecciones de 2016. Su campaña representó más del 25 % de toda la cobertura electoral en las grandes cadenas estadounidenses y se estima que acumuló $2.000 millones de dólares en exposición mediática gratuita, el doble que su rival Hillary Clinton. Aunque buena parte de esta cobertura fue negativa, sus controversias acaparaban los titulares y desplazaban debates importantes sobre propuestas políticas. Su habilidad para manipular las narrativas mediáticas fue (y sigue siendo) notable, y sus declaraciones controvertidas generaban aún más cobertura, incrementando su visibilidad y apoyo entre los votantes. Los analistas señalan que este ciclo contribuyó a la normalización de la retórica extrema en la política estadounidense.
Otro aspecto crucial en el caso Donald Trump fue el respaldo que recibió de Rupert Murdoch, propietario de Fox News. Inicialmente crítico con Trump (para el primer debate de las primarias republicanas, transmitido por Fox, Murdoch instruyó a la moderadora para cuestionarlo duramente), terminó viendo en él una figura rentable y una oportunidad estratégica para su medio.
Reconociendo la atracción que generaba Trump entre la audiencia conservadora, Fox suavizó la cobertura crítica y apostó por él, al vislumbrar la posibilidad de acceder directamente a la Casa Blanca. Por muchos años, Murdoch mantuvo contacto cercano con Trump, y le proporcionó apoyo mediático casi constante y orientación estratégica.
Estos casos no se repiten solo en América. El ejemplo de Volódimir Zelenski, presidente de Ucrania, también es ilustrativo: su carrera fue impulsada por una serie de televisión en la que él interpretaba a un profesor que se convierte en presidente. El personaje encarnaba un ideal de liderazgo que, ante el descontento político generalizado, capturó la imaginación de los ucranianos. Los medios especularon sobre su candidatura muchísimo antes de su anuncio oficial, pues la posibilidad de que el personaje se convirtiera en realidad era una historia irresistible. La serie de Zelenski ya había preparado un terreno fértil para su incursión política, por lo que su movimiento tomó el mismo nombre del show: Servidor del Pueblo.
Sin embargo, el antecedente más importante de esta realidad que vemos hoy es el de Silvio Berlusconi, quien en 1994 sacudió el entorno político europeo de la noche a la mañana al dirigirse al pueblo italiano a través de las tres cadenas nacionales de televisión de su propiedad. En un discurso pronunciado desde el estudio de su lujosa casa, Berlusconi, un empresario novato en política, adoptó el tono solemne de una alocución presidencial desde el Despacho Oval de Washington, como si ya estuviera en el poder. En apenas dos meses, fundó un nuevo partido político y ganó unas elecciones nacionales que lo llevaron a convertirse en Primer Ministro. Fue un momento que transformó para siempre la forma de hacer política en Italia y en el mundo.
Al lanzar su carrera política, Berlusconi contaba con un imperio mediático que incluía periódicos, revistas y empresas de publicidad, así como cadenas de televisión que captaban al 45% de los televidentes italianos. A través de su conglomerado, promovió una imagen de visionario patriota: sus medios lo presentaban, más que como una alternativa, como el salvador de Italia frente a la inestabilidad de los partidos tradicionales y el avance de la izquierda, lo que atrajo a votantes de toda índole a su cruzada política.
En cada uno de estos casos, los medios contribuyeron a construir una narrativa atractiva: la del líder que desafía a la política tradicional. Y más específicamente, el periodismo se convirtió, de manera deliberada o no, en un poderoso amplificador de la excepcionalidad de estos personajes. Sus opiniones, en ocasiones extremas, y ataques a la clase política establecida recibieron y siguen recibiendo una amplia cobertura que los proyecta como figuras rebeldes y auténticas, y los perfila como alternativas frescas.
De “antisistema” a antiperiodismo
Estos líderes, sin embargo, no solo capitalizan su relación con los medios, sino que también la convierten en un conflicto constante una vez que llegan al poder. Milei, por ejemplo, ha acusado a la prensa de formar parte de una “casta” corrupta y ha intensificado esta retórica a través de sus discursos, sus redes personales y sus funcionarios, lo cual algunos interpretan como una amenaza directa a la libertad de prensa en Argentina.
Aunque la presidencia de Zelenski ha estado marcada por la invasión rusa de Ucrania, su campaña electoral se caracterizó por un rechazo total a interactuar con los medios tradicionales. En su lugar, se dirigió al electorado mediante redes sociales y videos en YouTube. Días antes de las elecciones, 20 medios ucranianos lo instaron a “dejar de evitar a los periodistas”. Zelenski afirmó que no estaba rehuyendo, sino que prefería no asistir a programas donde “la vieja clase política” solo “hacía relaciones públicas”.
La omnipresencia mediática de Berlusconi le permitió influir en la opinión pública al punto de dificultar el acceso de los italianos a información imparcial, pues casi toda la cobertura estaba filtrada por su perspectiva. Además, a menudo usaba sus medios para desviar la atención de sus numerosos problemas legales y personales, enfocándose en contenidos que favorecieran su imagen o desacreditaran a sus opositores. Esto se reflejó en la cancelación de programas críticos hacia él y el despido de periodistas incómodos.
Trump, por su parte, ha demostrado un manejo dual de la prensa: al mismo tiempo que se beneficia de la atención mediática, también la critica ferozmente. Durante su presidencia, describió a la prensa como “enemiga del pueblo” y en su actual campaña ha sugerido que, si regresa a la Casa Blanca, tomará represalias contra los medios que lo incomoden, pudiendo llegar al encarcelamiento de periodistas y revocación de licencias de transmisión.
Incluso su principal defensor, Fox News, no escapó a su descontento. Inicialmente, la cadena aseguró que no había pruebas de fraude en las elecciones de 2020, contradiciendo a Trump, aunque más tarde ajustó su postura y adoptó la narrativa del fraude. Este hecho desencadenó un proceso legal con los proveedores de tecnología de votación durante el cual se hicieron públicas las comunicaciones internas de Fox, que revelaron, entre otras cosas, el profundo desagrado de su propietario, Rupert Murdoch, por el expresidente.
La respuesta de Trump fue rápida: criticó a Murdoch y sugirió que debía retirarse del negocio de noticias por contribuir a la “destrucción de América con noticias falsas”. La disputa marcó un distanciamiento entre ambos, que se superó en 2024 tras el fracaso de Ron DeSantis –el candidato apoyado por Murdoch– en las primarias republicanas.
Periodismo de espectáculo: ¿un riesgo para la democracia?
Es claro que el periodismo enfrenta un dilema cuando la necesidad de atraer audiencia choca con su deber de informar objetivamente. Figuras como Trump y Milei exponen cómo el oficio ha caído en la trampa del espectáculo, al amplificar los rasgos más extremos de estos personajes y legitimarlos como serios actores políticos.
Esta problemática se intensifica cuando son la cobertura sensacionalista y la constante repetición de ideas simplistas las que facilitan el ascenso a posiciones de poder de estos nuevos líderes populistas que desafían las instituciones democráticas. Este tipo de ciclos mediáticos alimentan el desencanto de la ciudadanía hacia el sistema y pueden contribuir además a la radicalización de posturas y a la fragmentación de la sociedad en bandos irreconciliables, creando una suerte de “periodismo de la polarización”.
Por otra parte, el periodismo de espectáculo fomenta la percepción de que los problemas complejos tienen soluciones inmediatas y radicales, planteando una visión distorsionada de la realidad. Es decir, los problemas económicos de la Argentina no se van a solucionar con un proceso de dolarización obligada, así como las complejidades de la migración en Estados Unidos tampoco se resuelven con la construcción de un muro en sus fronteras, por lo que permitir que el periodismo sea la plataforma para difundir este tipo de ideas banaliza las problemáticas sociales de los países y promueve el surgimiento de una audiencia que reacciona a estímulos emocionales en lugar de argumentaciones racionales
En la era de la posverdad —y en vísperas de esta nueva elección en los Estado Unidos— el periodismo también debe elegir cuál es su compromiso con la sociedad: si continúa priorizando el espectáculo y la polarización, o si retoma su rol como fiscalizador del poder, preservando la integridad de la información y resistiendo a la tentación del sensacionalismo, las visualizaciones y los clics. Así, en lugar de potenciar figuras antisistema, los medios pueden promover una democracia más informada y menos extremista.
FUENTE: Noticias | Fundación Gabo