El diseño y la sociedad de consumo promete un futuro hiperconectado y limpísimo, pero cada vez más vigilado, y en el que tenemos menor poder de decisión. Debemos ser críticos con los objetos que consumimos y pensar cuánto poder queremos darle a las grandes empresas.
El urbanista y filósofo Paul Virilio dijo una vez que la invención del barco trajo consigo la invención del naufragio. O lo que es lo mismo: toda invención contiene mil posibles consecuencias, accidentes que no habrían sucedido si dicho invento no se hubiera creado.
En el paradigma digital, las ideas y los bienes circulan a gran velocidad en un mundo conectado a través de satélites y cables transatlánticos. Una invención surgida de Silicon Valley puede tener un impacto a escala global en un abrir y cerrar de ojos. Pensemos en Airbnb y en cómo ha transformado los dormitorios y las economías de miles de hogares en todo el mundo.
En un escenario como este, en el que se dan cambios tan repentinos, puede dar la impresión de que es imposible predecir qué ocurrirá mañana. Y también de que los ciudadanos y los consumidores no tenemos voz ni voto en ello. Pero los objetos que diseñamos hoy pueden ofrecernos alguna pista sobre lo que sucederá si los abordamos de manera crítica, ya sea para aceptarlos o para rechazarlos.
En los últimos tres años, como parte de mi trabajo de comisaria, he visitado laboratorios de investigación, universidades, empresas privadas y estudios de diseño. Buscaba objetos que encarnaran visiones de futuro, prototipos de mundos por venir. Mi método es una suerte de antropología inversa: analizo los objetos creados en el presente, pero no solo su aspecto o los materiales de los que están hechos, sino también los futuros que proyectan y su capacidad para propagarse.
Fuente: El País
Licenciatura en Diseño Gráfico
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