Es posible que el nombre de Sunghoon Jang no te diga nada, pero quizá te suene su apodo: Handsome Tutor, con el que saltó a la fama viral mientras estudiaba ingeniería eléctrica en una universidad privada de Seúl.
Definitivamente, el chico era demasiado estiloso para la comunidad científica, de modo que su salto a la moda masculina y la Dimensión Influencer (163 mil seguidores en Instagram) era sólo cuestión de tiempo. También estaba, de alguna manera, escrito en las estrellas: Jang recuerda cómo un buen día, hacia 1995, se encontró con aquella icónica campaña de Calvin Klein que protagonizó Edward Furlong y fotografió Steven Meisel, un giro de 180° con respecto a las imágenes de Mark Wahlberg enseñando músculos que hicieron famosa a la marca a principios de la década.
Un niño lánguido se podía identificar mucho mejor con el estilo refinado de Furlong: tal como recuerda Jang, “ese fue el momento en que pensé por primera vez en dedicarme a la moda. Las revistas y las películas se convirtieron en una forma de aliviar mi estrés“.
Su historia de amor con la moda es el perfecto reflejo de la que ha vivido su propio país desde mediados de los noventa, cuando dejaron de importar cultura norteamericana para comenzar a desarrollar la suya propia. Corea del Sur cogió la idea básica detrás de las boy y girl bands occidentales y la llevó al siguiente nivel, en una estrategia que hoy en día, gracias a fenómenos internacionales como BTS o Bing Bang, la ha convertido en una powerhouse absoluta de la cultura pop. Lo mismo podemos afirmar de sus series de televisión y su poderosamente industria cinematográfica, capaces de darle un giro autóctono e interesante a géneros tan codificados como el thriller o el terror.
El siguiente punto en la lista de exportaciones debe ser, necesariamente, la moda. ¿Lo dudas? Pues date un paseo por las calles de Gangnam, donde todo el mundo se viste para impresionar y los letreros luminosos de las tiendas generan una extraña sensación de templos sagrados. Sólo tres minutos en el distrito comercial de Seúl y ya estarás convencido de que la K-Fashion nos va a enamorar a todos en 2019.
La Seoul Fashion Week es la punta de lanza de esta operación, así como el mejor compendio del estado actual de un estilo que, por desgracia, aún no parece estar lo suficientemente cohesionado como para ofrecer una visión única, seductora y asumible para el resto del mundo. Si la cantidad de propuestas y diseñadores que su actual edición logró concentrar en sólo unos pocos días tienen un punto en común, ese sería, sin duda, su tendencia al riesgo. Donde difieren es en su forma de cristalizarla. Lee Kyu-ho, un antiguo alumno de Esmond al frente ahora de la firma Moho, conjuró sobre la pasarela un universo distópico inspirado tanto en el concepto filosófico de lo sublime como en una serie de reflexiones sobre los dos años de servicio militar obligatorio que el gobierno de Corea del Sur sigue imponiendo a sus jóvenes.
Moho no tiene absolutamente nada que ver con otras colecciones más ligeras o alocadas, pero igual de instaladas en su celebración de la libertad creativa: es como si todo el mundo hubiese perdido el miedo a jugar con los cortes y capas, pero aún no se hubieran puesto de acuerdo en cómo formularlo para desarrollar una identidad evidente, del mismo modo que italianos y franceses tienen la suya. Todo fenómeno nacional necesita una serie de señales indiscutibles para explotar a nivel global, pero, de momento, la K-Fashion es un torbellino heterogéneo de estímulos esperando a centrarse.
Cuando lo consiga, nos enteraremos. La gente en Corea del Sur lleva demasiado tiempo viviendo y respirando moda como para no reclamar su propio espacio en la industria, tal como ocurrió con el K-Pop. Se trata de un proceso que comenzó a finales del siglo XIX, cuando las tradiciones textiles y las nociones de belleza que existían ya en la península se vieron contaminadas por influencias japonesas y europeas. En ese magma primordial floreció, primero, una revolución en la cosmética que llega hasta nuestros días, donde el sello K-Beauty está tan omnipresente que, de hecho, tiene sección propia en Sephora. El desarrollo de un estilo propio en la moda coreana tardó un poco más en llegar, debido a que lo hizo como producto natural del popular “Milagro en el río Han“, que es como se conoce al periodo comprendido en 1960 y 1999. El país acababa de la guerra y, revitalizado por una nueva energía de cambio, aprobó un plan destinado a dejar atrás su pobreza agraria para entrar como un tsunami en la economía mundial.
Fuente: GQ
Universidad Internacional Uninter