Daniel Grandes colaborador de la revista Mondo Sonoro, analiza el excelente momento que está atravesando el género del terror en el cine actual, y lo bien que aguanta en taquilla si lo comparamos con el resto de estrenos. ¿Estamos por tanto en una nueva y terrorífica era dorada del género?
¿Sería una exageración poner al mismo nivel 1982, año conocido por los fans del género como uno de los mejores para el cine de terror, y 2022? ¿Recordaremos con la misma ferocidad indiscutible “Barbarian” (Zach Cregger, 22) que “La cosa” (John Carpenter, 82)? ¿Otorgaremos a “X” (Ti West, 22) la misma etiqueta de culto que el tiempo le concedió a “Poltergeist” (Tobe Hooper, 82)? ¿Conseguirá Guillermo del Toro con su “El gabinete de curiosidades” (Varios directores, 23) coger el relevo de George A Romero y su “Creepshow” (82) como maestro de ceremonias del terror de nuestro siglo?
Partamos de que todas las hipótesis que acabamos de plantear son más que suculentas, leña perfecta para echar al fuego de cualquier acalorada conversación entre amigos durante el festival de Sitges, de esas que permiten llegar casi a las manos siempre desde la seguridad que aporta el amor común por la butaca. Pero en este humilde texto conjugar en futuro no interesará tanto como, al igual que F. Murray Abraham en la atípica autopsia orquestrada por David Prior, explorar las entrañas de ese cuerpo cinematográfico que hace nada y menos aún estaba vivo en busca de lo extraordinario. ¿Qué tiene el presente del cine de terror que conecta tanto con el público?
No son pocos los que se han lanzado a la hoja en blanco en busca del ingrediente secreto del género actual. Si yo tuviera que hacer esto (de hecho, ¡tengo que hacerlo!) preferiría dejar de lado éxitos en taquilla y demás efectos colaterales para empezar mirando muy de cerca al género en sí mismo, diseccionándolo en busca de aquello que lo eleva por encima de otros. Quizás uno de los motivos por los que el terror es sinónimo de actualidad es porque ningún otro género está sometido a día de hoy a un debate tan exhaustivo en cuanto a su metamorfosis. De la misma forma en la que el western fue durante la segunda mitad del siglo pasado ese género que, obligado a dialogar con las necesidades sociales de su época, se vio obligado a evolucionar y reinterpretarse (desde el crepuscular hasta el spaghetti), el terror sigue a día de hoy creando escuelas de pensamiento y estilo.
Ejemplo de esta constante transmutación es el found footage de fenómenos como “The Blair Witch Project” (Daniel Myrick y Eduardo Sánchez, 99) o “Paranormal Activity” (Oren Peli, 09) que no solo supieron adaptar el género a la democratización de las cámaras de video, sino también capturar el terror de la estética casera de esas terroríficas imágenes del 11-S que marcaron nuestra concepción generacional del desastre (como bien demuestra “Cloverfield” (Matt Reeves, 08). También lo es por supuesto la escuela del jumpscare con James Wan como principal impulsor que, casi como contrapartida radical, decidió entender el horror desde la concepción del tren de la bruja como espectáculo alejado de las preocupaciones costumbristas, dando lugar a sagas esenciales para el terror contemporáneo como “Insidious” (James Wan, 10) o “Expediente Warren” (James Wan, 13). Incluso que la aparición de una etiqueta tan cuestionada (y odiada) como el “terror elevado” obligara a muchos a llevarse las manos a la cabeza es síntoma de la naturaleza viva del género de terror, interesado siempre en estar en boca de todos, en generar debate y en descubrir sus mil y una caras.
Estamos ante un género obligado a pensar en presente, a adaptarse a aquello que necesitan (o quieren) los espectadores. Tampoco es que este sea un debate nuevo. Ya en 1947 Siegfried Kracauer defendía la idea de que los monstruos del expresionismo alemán pudieron llegar a predecir la afinidad que el pueblo germano iba a llegar a sentir por una figura aún más monstruosa como sería la de Adolf Hitler. El género explica no solo nuestros miedos, sino también nuestros deseos (a veces igual o más terroríficos que nuestros miedos). Creo que aquí está la clave del éxito del terror durante este periodo post-pandemia. Analizar los títulos que han conseguido récords de taquilla no nos sirve tanto para detectar los traumas colectivos como para descubrir aquello que ansía el espectador después de un periodo marcado por la distancia, la incertidumbre y la enfermedad (es decir, por el miedo). Por esto mismo creo que, aunque por temática tendría que ser a la inversa, “Terrifier 2” (Damien Leone, 22) conecta mucho mejor con las necesidades del espectador post-pandémico que “She Dies Tomorrow” (Amy Seimetz, 20).
Que la agenda del terror haya dejado de estar marcada tanto por títulos como las maravillosas “The VVitch” (Robert Eggers, 15), “Midsommar” (Ari Aster, 19) o “It Follows” (David Robert Mitchell, 15) para estar dominada por películas como “Nope” (Jordan Peele, 22), “Scream” (Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillett, 22) “Smile” (Parker Finn, 22) o “M3GAN” (Gerard Johnstone, 23) demuestra que el cine de terror, al igual que la historia, también tiene algo de péndulo. Vuelve el género como montaña rusa, como experiencia colectiva, como sinónimo de grito y sobresalto. Y si lo hace es porque lo necesitamos. Si el terror consigue llenar salas mientras otros géneros parecen haberse acomodado en el VOD (Video On Demand) es porque este sí necesita desesperadamente el plural. El terror en sala se convierte en terapéutico. Ahora que el miedo ya ha pasado, busquemos el miedo en las pantallas. El género es ahora la celebración de que podemos volver a decidir tener miedo. Me quedo sin duda con la filosofía que el maestro del terror Xavi Sánchez Pons defendía mientras no podía evitar justificar todas sus películas favoritas del año exclamando un “¡Es que me hizo muy feliz!”. El terror nos hace felices. Parece paradójico, pero aquí está la clave.
Fuente: https://www.mondosonoro.com/criticas/cine-series/