El pasado 25 de octubre, el huracán Otis tocó tierra en Acapulco, Guerrero, marcando un evento catastrófico sin precedentes en la historia del país por la magnitud de la devastación que dejó a su paso, se presentó con una magnitud categoría 5. La comunidad entera quedó sumida en el desastre y requiere de ayuda emergente.
Históricamente, algunos líderes políticos de México han visitado zonas afectadas por desastres naturales para evaluar y coordinar los esfuerzos de reconstrucción necesarios. Hasta el gobierno del Lic. Enrique Peña Nieto se contaba con el Fondo de Desastres Naturales (FONDEN), destinado a remediar situaciones de emergencia. Sin embargo, la administración actual indebidamente destinó a otros proyectos ese fondo.
El presidente de México, ante la creciente presión de la sociedad civil, se vio obligado a dirigirse a Acapulco, a pesar de que no tenía la intención de hacerlo. El acceso por tierra estaba bloqueado, y la evidente falta de planeación de su viaje originó que la camioneta en la que viajaba se atascara en el lodo causando desconcierto y vergüenza. Se aventuró en una camioneta SUBURBAN con algunos de sus allegados, una decisión que resultó desastrosa dadas las condiciones del terreno, posteriormente se cambió a un JEEP del Ejército Mexicano, sumiéndose en una escena digna de una comedia de errores.
Finalmente, optó por continuar a pie, aunque las dificultades en su condición física y edad hicieron que avanzar hacia Acapulco resultara imposible. En un giro irónico, el presidente se encontró en una situación parecida a un peregrino intentando llegar a la Basílica, antes de ser rescatado por una camioneta de estaquitas. Posteriormente, lo trasladaron en helicóptero de regreso a la humilde residencia presidencial, Palacio Nacional.
Al día siguiente, en su programa matutino, el presidente siguió haciéndose la víctima en lugar de centrarse en el sufrimiento de las personas que habían perdido todo, quedándose sin alimentos y sin agua. Este enfoque egoísta y egocéntrico no tardó en ser ampliamente criticado en general por los medios de comunicación.
La respuesta a este episodio fue unánime, la falta de empatía, la indolencia y la ineptitud del presidente en el manejo de la crisis se volvieron criticables. En palabras de Karina Suárez de El País, “Otis arrasó con más de 7,000 hectáreas de construcciones, dejando un saldo oficial, hasta el momento, de 46 fallecidos y 59 desaparecidos, miles de damnificados y daños económicos estimados en más de 15,000 millones de dólares”.
Se puso de manifiesto la falta de protocolo y reglas de operación para la atención de desastres naturales. La visceral decisión de la visita del presidente denotó la importancia de tener un liderazgo efectivo y compasivo en momentos de crisis. Los daños y pérdidas causados por el huracán Otis subrayan la necesidad de una respuesta gubernamental inmediata, eficiente y comprometida con la recuperación y el bienestar de la comunidad.
Redacción y edición: Aldo L. Alcón.
Departamento de Relaciones Internacionales.