Dos nuevas vacunas finalmente pueden hacer retroceder al antiguo flagelo. Pero, de manera inesperada, su llegada también complica el camino para acabar con la enfermedad.
Miriam Abdullah pasó toda su infancia entrando y saliendo de hospitales con su delgado cuerpo atormentado por la fiebre y devastado por la malaria. Se enfermaba tanto y con tanta frecuencia que sus tratamientos constantes agotaron a sus padres, quienes también cuidaban de sus numerosos hermanos, a nivel tanto económico como emocional.
“Hubo un momento en que hasta mi mamá se rindió”, recordó Abdullah, quien ahora tiene 35 años.
En Nyalenda, la comunidad pobre de Kisumu, Kenia, donde vive Abdullah, la malaria (también conocida como paludismo) es endémica y ubicua. Algunos de sus amigos desarrollaron meningitis tras contagiarse; uno de ellos falleció. “La malaria nos ha atormentado como país”, afirmó.
Existen decenas de millones de historias de terror como la de Abdullah, heredadas de generación en generación. Pero ahora, un cambio está por llegar: la malaria es uno de los pocos flagelos para la salud mundial sobre el que los expertos son optimistas, tanto que algunos comenzaron a hablar de la erradicación de la enfermedad.
El año pasado, China y El Salvador se certificaron como territorios libres de malaria, y en los seis países que atraviesa el río Mekong, entre ellos Vietnam y Tailandia, los casos se han reducido casi un 90 por ciento. Para 2025, se espera que alrededor de 25 países hayan eliminado la malaria.
En la actualidad, la mayoría de las infecciones ocurren en África. Incluso en ese continente, pese a las restricciones impuestas por la pandemia del coronavirus, casi 12 millones más de niños africanos recibieron medicamentos para prevenir la malaria en 2020, en comparación con las cifras de 2019.
Sin embargo, la llegada de dos nuevas vacunas presagia un cambio mucho mayor. La primera, llamada Mosquirix, tardó 35 años en fabricarse. Fue aprobada por la Organización Mundial de la Salud el año pasado y tal vez ya esté en distribución para finales del próximo año.
Una vacuna más poderosa contra la malaria, desarrollada por el equipo de la Universidad de Oxford que creó la vacuna de AstraZeneca contra la COVID-19, podría llegar en uno o dos años. Muchos expertos creen que esta formulación, que ha demostrado una eficacia de hasta un 80 por ciento en los ensayos clínicos, es la que podría transformar la lucha contra la malaria.
Si bien el financiamiento que reciben los programas para el control de la malaria es mucho más generoso que el que se destina a muchas otras enfermedades que asolan a las naciones pobres, los recursos siguen siendo limitados. Invertir dinero en una iniciativa suele hacer que los financiadores pasen por alto otras más, lo cual fomenta la competencia y, a veces, el rencor.
El desarrollo de la vacuna Mosquirix costó más de 200 millones de dólares a lo largo de más de 30 años, pero tiene más o menos la mitad de la eficacia que la vacuna de Oxford, llamada R21. Las primeras dosis de Mosquirix no llegarán a los niños africanos sino hasta finales de 2023 o principios de 2024. El suministro se verá gravemente restringido por varias razones, y se prevé que siga siendo así durante años.