Hilda vive con su madre aislada del resto de la humanidad. Tienen una casita de madera en el bosque y ella está encantada. Se pasa el día dibujando unas rocas que de noche se convierten en trolls, se anima a hacer amistades tan peculiares como la que tiene con un elfo muy enano y se deja fascinar por todas y cada una de las criaturas que encuentra en el bosque. Detrás de ella, un servidor se enamora también de Hilda y del delicioso imaginario que nos ofrece esta serie de Netflix.
Estrenada en septiembre, puede que pasase desapercibida entre aquellos seriéfilos que no suelen consumir series infantiles. Es, por lo tanto, una propuesta interesante para los espectadores que necesitan llenar las horas de las fiestas con los hijospero quizás tampoco sea necesario limitar tanto su público potencial. Hilda es perfecta para todos esos espectadores que se divierten con las producciones infantiles de valores positivos y pensadas con un ojo puesto en el público adulto. Si disfrutas de Steven Universe, Hora de aventuras, Gravity Falls, Avatar, She-Ra o Gumball, puede que quieras echarle un vistazo.
Se basa en la novela gráfica del autor británico Luke Pearson, que también se encuentra detrás de esta adaptación, y respeta al máximo su propio trabajo. No solamente se repiten las historias de sus primeras cuatro entregas en esta primera temporada de trece episodios sino que nos encontramos una traducción visual idéntica. Cuando ves la serie puedes entender fácilmente como debe ser el material de referencia sin que esto reste naturalidad a la propia animación.
Si alguien quiere entender todo su potencial, puede echar un vistazo a los dos primeros episodios. Son una buena presentación del universo de Hilda con un segundo episodio precioso, que captura todo el potencial de la serie mientras cuenta la historia del Gigante de Medianoche, de poso dramático y poético, pero sin olvidar la producción donde está enmarcada.
Casi sabe mal que el punto de partida de la serie sea la mudanza de Hilda a la ciudad de Trollberg, donde ella no quiere ir porque está encantada de vivir rodeada de amenazas, aventuras y criaturas sobrenaturales, a diferencia del asfalto que le ofrece la ciudad. Uno querría pasar un poco más de tiempo en ese bosque antes de cambiar de escenario, también porque pierde parte del elemento más poético para ser una serie de animación un poco más convencional.
Sin embargo, este arranque con Hilda teniéndose que adaptar a la ciudad, aparentemente más real y menos dedicada a la fantasía, permite que la serie tenga otra lectura. Lo habitual es que las ficciones nos hablen de la aventura de la infancia y de la inevitabilidad de crecer y madurar en un determinado momento, en el que termina la serie. Hilda, en cambio, comienza con un proceso de transformación de la protagonista, que decide que no quiere perder sus raíces y su capacidad de ver la magia en la cotidianidad.
La serie, por lo tanto, nos defiende que seamos adultos y sepamos disfrutarla porque nunca somos demasiado mayores para dejarnos llevar por nuestra imaginación, sobre todo cuando se trata de una ficción tan bien hecha como esta (que, por cierto, ya ha sido renovada por una segunda temporada, que podremos ver en 2020).
Licenciatura en Animación y Diseño Digital