Hay aún quien piensa que la poesía es un lujo de la literatura y que no sirve en los tiempos de crisis como los que vive en este momento el mundo en su conjunción entre el lastre de las pandemias y la incertidumbre de la nueva guerra en Europa que amenaza con ser mundial. No, es al revés, es en los momentos de espanto y de zozobra cuando se impone la fuerza redentora de la poesía sobre la prosa.
Y es que la poesía es más que lenguaje porque alcanza zonas de nuestro inconsciente y nos adentra en nuevas dimensiones. La poesía es terapia emocional, quiebra barreras que parecían inexpugnables. El gran poeta polaco Czeslaw Milosz a la pregunta en Diagnóstico Cultura sobre qué podía aportar la poesía en épocas tan críticas como la actual, respondió: “Sinceramente no lo sé. Todo lo que le puedo decir es que la poesía me ha ayudado a vivir”. Y el poeta español Carlos Asensio Alonso definió la poesía como “arma arrojadiza contra el opresor. Como escudo contra el dolor del mundo. Como refugio y hogar para la debilidad. Como altavoz de denuncia”.
Y es que la poesía va más allá de las palabras. Todo puede ser poesía, no sólo las palabras. Lo era aquel ciclamen nacido en la rajadura de cemento en el campo de concentración de Auschwitz donde en la entrada está escrita la cínica frase “El trabajo ennoblece al hombre” y dentro de la presencia invisible pero palpable de la sombras de la tortura y del Holocausto. Aquella flor minúscula al lado de las alambradas era todo un poema que no necesitaba palabras.
Sólo los poetas son capaces de poner música, con palabras, a la barbarie. Es la música que azota la conciencia incapaz de explicarse tanta locura. Borges decía que “la poesía es el poder de las palabras hecha música”. Hay una música que acaricia y una música que hiere. La poesía no es sólo un arte, es también un concepto. La poesía no sólo la escriben los poetas. La vida es un poema, a veces florido y a veces sangriento.
La poesía es la vida misma con toda su realidad de luz y de tragedia, de túneles oscuros y valles vestidos de sol.
Los esclavos de todos los tiempos, con el chirriar de las cadenas de sus pies y de su alma, escriben un poema cruel en el que las palabras son cuchillos en la conciencia. Todas las esclavitudes, todas las ausencias de libertad, que la extrema derecha del mundo intenta resucitar, son cadenas que el hombre arrastra como una sinfonía de horror capaz de asustar a los muertos.
Las palabras de los poetas contienen las notas de las músicas de todos los tiempos. En las palabras de los poetas resuenan los miedos de los abismos y el goce de la alegría del niño que retoza sobre la hierba aún no contaminada por los miedos.
Hay realidades que sólo la música de los poetas son capaces de cantar. La prosa no basta. Son quejidos que sólo nos brinda la poesía, escondida en la penumbra del alba que acuchilla las vidrieras de los templos solitarios de la oración. Sólo la música que el poeta es capaz de crear con las palabras puede sondear el misterio del perdón, del odio o de la culpa. Y eso desde la antigüedad. La Biblia que era oral fue escrita en poesía. Y todas las culturas más desarrolladas del pasado desde la griega a la latina tuvieron como sacerdotes a los poetas.
Todo canta en las palabras del poeta: la vida con sus esperanzas, el amor imposible, la nobleza y la traición. Sólo las palabras del poeta son capaces de cantar al mismo tiempo la vacuidad y la fecundidad de la vida que es ya un poema de horror o de sublimación. Un poema que nace en los pliegues del alma y toma forma en la danza de las palabras grávidas. Porque toda palabra lleva en su carne la fuerza de la vida. Las palabras pueden prostituirse en la boca de los burócratas, en los vivos muertos, o resucitar con su fuerza original, del despertar de la creación que anuncian que la vida puede ser también estallido de felicidad.
Referencias:
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