Reflexión Final Psicología de la Vejez

Cuando comencé la materia de Psicología de la Vejez, mi visión sobre las personas adultas mayores estaba limitada de cierta manera a hablar desde los estereotipos y prejuicios, como lo llegamos a ver en las clases, aunque no malintencionados, reflejaban una visión muy cerrada a lo que es la etapa como tal. Veía la vejez como una etapa de deterioro inevitable, de dependencia, de soledad. Sin embargo, a lo largo del curso, y sobre todo tras las visitas a la Casa OT y la Casa H, esa perspectiva cambió de forma profunda. Hoy, más que compasión, siento respeto, admiración y una responsabilidad ética por comprender y dignificar esta etapa de la vida.

Desde la teoría, aprendí que el envejecimiento es un proceso multidimensional. La vejez no solo implica cambios biológicos (como el deterioro físico y cognitivo) sino también transformaciones psicológicas y sociales. Comprendí, por ejemplo, la importancia de mantener redes de apoyo, de sentirse útil, de tener un propósito y que para muchas personas el dejar de hacer sus actividades los hace caer en depresión o en una perspectiva negativa de su valor personal.

Las visitas a las casas donde se encontraban los adultos mayores marcaron un antes y un después. En la Casa OT, una institución pública, el ambiente era más modesto, y se percibía una cierta falta de recursos materiales y humanos, pero las personas en general tenían mayores actividades a realizar y los cuidadores estaban tal vez más dedicados a brindarles atención, además que aquí las personas pueden estar siempre ahí o llegar solo para poder consolidar relaciones interpersonales. Sin embargo, también noté una fuerte solidaridad entre los residentes, una calidez que iba más allá de las condiciones físicas del lugar. Algunos adultos mayores compartían historias de abandono por parte de sus familias, y aunque el dolor era evidente, también lo era su resiliencia. Fue un golpe de realidad: la vejez, especialmente en contextos vulnerables, puede convertirse en una experiencia de exclusión. Pero también había historias significativas y de aspectos positivos.

En contraste, la Casa H, una institución privada, pretende ofrecer  mayores comodidades: instalaciones amplias, actividades programadas, atención más personalizada, pero solamente son promesas para poder cobrar la estancia que no es nada barato y que las actividades son nulas por aspectos de cambios administrativos y aquí los residentes son menores que en OT. Pero esto no implicaba necesariamente una mayor satisfacción emocional entre los residentes. Muchos también expresaban sentimientos de soledad, nostalgia o frustración por no sentirse comprendidos por las nuevas generaciones. Esta experiencia me ayudó a entender que el bienestar en la vejez no depende solo de lo material, sino también de la calidad de las relaciones humanas y del respeto con el que se les trata.

Ambas visitas me hicieron cuestionarme: ¿cómo quiero envejecer? ¿Qué tan preparada está nuestra sociedad para acompañar a los adultos mayores con dignidad y empatía? Me di cuenta de que la vejez no es una realidad ajena, sino un destino común. Y que nuestras acciones hoy, como estudiantes, como profesionales y como personas, influirán en la forma en que esa etapa será vivida y comprendida mañana. Y es el punto en el que mis abuelos llegarán a esa etapa y que la carta que hice a inicios de semestre es el reflejo de lo que espero que ellos se sientan ahora que están en esta etapa.

Autora: Egresada Sayra C.

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