Mtro. Zamir Stuar Campuzano González
Profesor de Licenciatura de la Universidad Internacional (UNINTER).
México; febrero, 2022.
RESUMEN
Las tasas de interés en las economías capitalistas siempre tienen una relevancia fundamental en tanto disponibilidad de fondos prestables; encarecen los créditos y propician la movilidad de capitales a través de las fronteras nacionales, se utilizan como eje principal de los mecanismos de transmisión en el diseño de la política monetaria y el combate a la inflación, en esta cuarta ola de la pandemia que ha generado precios elevados en los commodities y procesos de inflación en casi todo el mundo que laceran el poder adquisitivo de los ciudadanos. En este artículo hacemos un paseo teórico por los enfoques clásico a cerca de las tasas de interés y sobre su determinación en el mercado de dinero, en la intención de tener una explicación comprendida de la realidad actual.
Palabras clave: Tasa de interés, Preferencias por la Liquidez, Fondos prestables
De la teoría clásica de la tasa de interés.
La teoría clásica de la tasa de interés ha sido conocida y aceptada sin gran reserva hasta hace poco tiempo. Esta teoría constituye el tronco original de los enfoques modernos. Las interpretaciones del interés más ampliamente aceptadas son el enfoque neoclásico de los fondos prestables, la teoría de la preferencia por la liquidez y la síntesis keynesiana.
Según (Sánchez Daza, 1994), la teoría clásica del interés constituye el tronco original de los enfoques modernos; el primer desprendimiento de ésta es la teoría neoclásica de los fondos prestables, el cual nace de la crítica elaborada por Keynes a la teoría clásica y neoclásica del interés, y así surgiendo el enfoque de la preferencia por la liquidez. Dicha crítica constituye el inicio de un amplio debate teórico que se extiende hasta 1982 con Tobin (p. 9).
El contenido se basa en la confrontación de las teorías de los fondos prestables, y de la preferencia por la liquidez, y es ahí precisamente cómo surge otra teoría alternativa del interés, esta se refiere a la postulada por la síntesis neoclásica- keynesiana, así también nacen otras ideas que, sin llegar al rango de teorías, constituyen propuestas de explicación del interés (Sánchez Daza, 1994).
Durante el siglo XVII y buena parte del XVIII predominó la teoría esencialmente monetaria del interés, es decir, la idea de que la tasa de interés se relaciona solo con la cantidad de dinero. John Locke, William Petty y John Law son autores de los más destacados que difundieron la idea de que el interés es el precio pagado por el alquiler del dinero y que sería menor cuando hubiera más dinero, análogamente al precio de un bien que baja cuando se vuelve menos escaso, es decir, definieron una relación inversa entre la tasa de interés y la cantidad de dinero (Sánchez Daza, 1994). La idea del efecto diferenciado de una inyección de efectivo, determinado por la naturaleza de la inyección, es original de Cantillon y fue reproducida en su totalidad por Hume en el ensayo “On Money” (1752), y es tal y como la conocieron los economistas clásicos. Se pensaba que, si el dinero nuevo llegaba a manos de los empresarios, que lo ahorraban y lo invertían, la tasa de interés disminuiría probablemente; pero si llegaba en primer lugar a las manos de los terratenientes, se gastaría en bienes de consumo, y el aumento de la demanda de los consumidores haría que los empresarios quisieran y pudieran pagar mayores tasas de interés (Sánchez Daza, 1994).
La teoría del siglo XVIII, expresa que la tasa del ahorro real o de la inversión neta no se hace depender de la tasa de interés ni de las expectativas de beneficios de los comerciantes. Más bien se conecta con el predominio de ciertas clases en la comunidad, imbuidas de la filosofía de la austeridad. La tasa de interés depende de la oferta y demanda de fondos prestables, donde la rentabilidad de la inversión y la dilapidación de los terratenientes gobiernan el lado de la demanda, y la riqueza del país y la distribución de esa riqueza gobiernan el lado de la oferta. En el siglo XIX el interés ya no es comúnmente atribuido al dinero, sino al capital; y también la razón de que el interés más bien se explica como una deducción del beneficio empresarial (Spiegel, 1991).
Es importante destacar que la distinción que logra hacerse entre los préstamos de dinero para el gasto en consumo y para la adquisición de bienes y servicios productivos, da lugar a las primeras asociaciones de la tasa de interés monetaria con el capital real.
La demanda de préstamos dejó de ser simple demanda de dinero, y fue sustituida la oferta de dinero por la oferta de ahorro. Así, se puede explicar la estrecha relación entre el interés y el beneficio, sin identificarlos, y admitir el aspecto monetario sin hacer del mismo factor dominante. Era un esquema que sólo necesitaba desarrollarse para crear una teoría del fenómeno del interés más completa de la que puede encontrarse en David Ricardo o en Stuart MilI. Es de esta forma como el desarrollo de la teoría del interés conduce a que los economistas clásicos sostuvieran que la tasa de interés está determinada en última instancia por las mismas fuerzas reales que gobiernan a la tasa de beneficio del capital, esto apoyado en la idea de que en el equilibrio ambas tasas son iguales.
El concepto que tuvieron los clásicos del interés también se debe a las aportaciones que hizo Hume, pero especialmente Turgot, sobre el concepto del ahorro. Antes de ellos no existió una idea clara del modus operandi del ahorro y de la formación del capital, aunque, durante el siglo XIX, no hubo aportaciones significativas al respecto. Los economistas siguieron repitiendo que solamente el ahorro (voluntario) crea capital y esto sucede “inmediatamente”, lo que significaba que cada decisión de ahorrar coincide con una decisión correspondiente de invertir, así, el ahorro se transforma en capital (real), es decir, que ahorrar equivale directamente a crear capital.
Los teoremas clásicos para la determinación de la tasa de interés fueron empañados por el concepto mismo que tuvieron del dinero. Los economistas clásicos sabían de ciertas formas de inyección de dinero que pueden “crear capital” y con ello bajar constantemente la tasa de interés.
La interpretación tradicional de la economía clásica consistió en que la tasa de interés se determina en el mercado de préstamos o en el mercado de bonos, como lo dijo Keynes. Así, la tasa de interés monetaria depende de la demanda y la oferta de fondos prestables, identificadas con la inversión y el ahorro respectivamente (Sánchez Daza, 1994).
Las tasas de interés real y monetaria fueron interpretadas por Adam Smith, siguiendo la tradición del análisis real, como fenómenos distintos: la primera, como una derivación del beneficio, la segunda, como algo propio del mercado de préstamos en dinero. En otras palabras, Smith dio a entender una total independencia entre la cantidad de dinero y el capital real. Según (Sánchez Daza, 1994), como interpretación a teoría de A. Smith, señala que “la tasa de interés del mercado de dinero era simplemente la sombra de la tasa de utilidad sobre el capital real. Siendo el último prestado todo en forma de dinero” (ídem).
Para Smith, como para todos los clásicos, la ganancia es la remuneración del capital lo que no tiene nada que ver con la remuneración del trabajo de inspección y dirección el cual forma parte del análisis general del salario. La ganancia se paga entonces sobre el monto total del capital empleado. Esta proporción, por unidad de tiempo, se denomina “tasa de ganancia”. Ese capital prestado se remunerará por la tasa de interés, que depende de la oferta y de la demanda de fondos prestables. La tasa de interés aparece entonces como una redistribución de beneficios y es entonces lógico que fluctúe con la tasa de ganancia, manteniéndose siempre por debajo de ella. (Universidad de Alcalá, 1998).
Según Thornton, en una economía con activos no monetarios sólo existe el equilibrio monetario cuando la tasa monetaria del mercado de préstamos es igual a la tasa de rendimiento del capital en los mercados de bienes. Así, una inyección de efectivo debe llevar al mercado de préstamos por la vía del sistema bancario; el aumento de la oferta de fondos prestables hace que la tasa de interés del mercado se haga menor que el rendimiento del capital; el volumen de los préstamos aumenta a medida que aumenta el precio de los bienes de inversión, y la demanda de préstamos se ve estimulada. Finalmente, el aumento de la demanda de préstamos alcanzaría a su oferta. Sin embargo, mientras la tasa bancaria permanezca por debajo de la tasa de beneficio del capital la demanda de préstamos es insaciable. Pronto, la demanda de préstamos superará a la oferta y la tasa bancaria empezará aumentar otra vez. Si la tasa real de rendimiento del capital ha permanecido constante, el equilibrio se restablecerá sólo cuando la tasa bancaria haya retornado a su nivel anterior. Los precios son más altos, pero la tasa de interés queda como antes. Por lo tanto, en equilibrio, la tasa de interés es independiente de la cantidad de dinero en circulación (Sánchez Daza, 1994, pág. 28).
David Ricardo sostiene que la tasa de interés es independiente de la cantidad de dinero lanzada por el banco central y no afecta a la producción ni al bienestar de la economía. Según Keynes, esto es correcto bajo dos hipótesis: si David Ricardo razona en el largo plazo, a Keynes le interesa el corto plazo, la tasa de interés está determinada por la tasa de beneficio. Como esta es independiente de la organización monetaria de la economía, la tasa de interés será independiente de la moneda en el largo plazo (Bolaños C., 1999).
La teoría de Ricardo, explica la tasa de interés como fenómeno monetario que está determinada por la política monetaria, esta es la base para la distribución del ingreso. La determinación de la tasa de interés se concibe como vinculada a las relaciones entre las partes contendientes en la sociedad no entre individuos (Carreto Sanginés, 2018).
Inicialmente nos presenta su punto de vista de la formación de la tasa de interés. Parte de una diferenciación entre la ganancia y el interés. Entiende que los beneficios brutos están integrados por un premio por el riesgo (“remuneración al riesgo”), por los salarios de los administradores (“molestias”) y el interés (“capital mismo”). Con esto Mill distingue entre el capitalista que gana un interés por la “abstinencia” y el “empleador (o empresario) que gana una compensación por el riesgo. Derivada así la tasa de interés, Mill completa su argumento refiriéndose al papel del mercado (oferta y demanda) de préstamos como determinante de las proporciones que de la “ganancia bruta del capital” reciben el empresario y el “dueño del capital” (Sánchez Daza, 1994, pág. 28).
Mill plantea lo siguiente:
“El tipo de interés será aquel que iguale la demanda de préstamos con su oferta. Será aquel al cual lo que cierto número de personas desean tomar prestado es igual a lo que otras desean prestar” (Mill, 1948, pág. 547).
El tipo de interés que resulta de la oferta y la demanda de préstamos determina el valor y el precio de todos los bienes que se compran por la renta que producen, como acciones o fondos públicos, la relación entre el interés y el precio de estos títulos siempre son inversos (Pelet Rendon, 2001).
Mill deduce que la tasa de interés está sujeta a modificaciones debidas a cambios en la demanda y la oferta de fondos, independientemente de la tasa de beneficios, él entiende que la tasa de interés es muy cambiante debido a que “la demanda como oferta de préstamos fluctúan más que cualquier otra clase de oferta y demanda”. La cantidad de dinero como tal no influye sobre la tasa de interés, pero un cambio de la cantidad de dinero altera necesariamente la tasa de interés, indicando que la teoría del crédito desde sus primeras versiones es una teoría de flujos y no de acervos, pues se refiere al cambio de las variables monetarias durante un intervalo de tiempo. En efecto, MilI alude al intervalo en que se produce la variación de precios y dentro del cual se ve modificada la tasa de interés, “temporalmente”, por efecto de los cambios en la cantidad de dinero (Sánchez Daza, 1994, pág. 28).
Fisher puso los fundamentos de la teoría moderna del capital, de la renta, del ahorro y del interés. Su punto de partida es el proceso de toma de decisiones de un agente que tiene la oportunidad de consumir ahora toda su renta, o de ahorrar una parte e invertirla en un proyecto rentable que le proporcionará una renta esperada más alta en el futuro.
La teoría del capital y del interés de Fisher, generalizada al caso de muchos bienes y muchos periodos, incluso infinitos y con incertidumbre, se ha convertido en la teoría canónica del capital y el interés en economía, aunque su potencial no fue plenamente apreciado hasta su reformulación por Hirshleifer (1958). Sin embargo, en la macroeconomía posterior a la Teoría general, los puntos de vista de Keynes sobre la relativa rigidez del ahorro respecto del tipo de interés y la variabilidad de la inversión, sujeta a los animal spirits, desvió la atención de los teóricos hacia el mercado de dinero, presentando el tipo de interés real como el que se determina por el equilibrio entre la oferta de dinero (fijada más o menos exógenamente por la autoridad monetaria) y la demanda del mismo (que es función, a su vez, de la renta real y del tipo de interés (Argadoña, 2013).
Otra de las aportaciones importantes de Fisher a la teoría de los tipos de interés es la distinción entre tipos nominales y reales, aparece por primera vez la tasa esperada de inflación como la diferencia entre el tipo de interés nominal y el real, en lo que se conoce desde entonces como la “Ecuación de Fisher”.
Fisher sostiene que la tasa de interés nominal de mercado está formada por dos componentes; por un lado, el rendimiento real del capital y por otro la compensación por la depreciación del poder adquisitivo del dinero. Es decir, define la tasa de interés aparente o nominal como el producto de la tasa de interés real y la tasa de inflación esperada de la economía (Coronado Linares, 2013).
Fisher se esforzó por no adoptar una teoría rígida, pues analizó “los efectos temporales durante el periodo de transición”, lo que resulta opuesto a lo que llamó “efectos permanentes o finales”. Fisher admitió una relación retrasada entre la tasa de interés y el nivel de precios, y que eso permitía que T influyera sobre V y M. Donde T es el volumen real de todas las transacciones del mercado durante un periodo de tiempo; V es el número de transferencias monetarias entre individuos y empresas durante el mismo periodo de tiempo relacionado con todas las compras y transacciones financieras; M representa las monedas, billetes y depósitos a la vista (Sánchez Daza, 1994, pág. 28).
El planteamiento de Knut Wicksell en la teoría monetaria, corresponde en presentar su concepto novedoso del “mecanismo indirecto” que relaciona a M y P. La explicación de Wicksell supone inicialmente un “sistema de efectivo puro”. Este supuesto significa que el “dinero” es definido sólo como monedas y billetes, y los incrementos de los depósitos de cheques se tratan como aumentos de la velocidad de las reservas bancarias metálicas, por la obligación de los bancos de conservar el 100% de sus depósitos en forma de reservas metálica (Sánchez Daza, 1994, pág. 28).
Wicksell argumentó que el banco central determina una tasa de interés monetaria que oscila, de manera acotada, alrededor de la tasa de interés natural (donde el ahorro se iguala a la inversión, a un nivel de pleno empleo). Ello implica que las fuerzas de mercado garantizan la convergencia de la tasa de interés monetaria con la tasa de interés natural. Desequilibrios entre la tasa interés monetaria y natural (por ejemplo, sí la primera es menor que la segunda) incrementan la demanda de los créditos, se reducen las reservas del banco central, y aumenta la demanda efectiva, la cual provoca procesos acumulativos de precios, que el banco central toma en cuenta en la determinación de la tasa de interés (Levy Orlik, 2012).
En el sistema clásico, los componentes de la demanda por bienes tales como el consumo, la inversión y el gasto gubernamental juegan un papel fundamental en la determinación de la tasa de interés. De hecho, la tasa de interés garantiza que los cambios exógenos en dichos componentes no afectan el nivel de demanda de los bienes agregados. La economía clásica señala que la tasa de interés de equilibrio es la tasa a la cual la cantidad de fondos que los individuos desean prestar es igual a la cantidad que otros desean tomar prestado. Los préstamos consisten en la venta de bonos estándar, con la promesa de pagar cierta cantidad de dinero en el futuro. La tasa de interés mide el rendimiento de mantener el bono, equivalente al costo de prestar y depende de los factores que determinan la oferta de bonos (prestamistas) y la demanda de bonos (prestatarios) (Rodríguez Ramos, 2003).
Todos estos puntos pueden resumirse en una proposición que la escuela clásica aceptaría, si se supone conocido de antemano el nivel de ingresos, se puede inferir que la tasa corriente de interés debe estar en el punto donde la curva de la demanda de capital correspondiente a las diferentes tasas corte la curva de las cantidades ahorradas de ese ingreso, a diferentes tipos de interés.
La teoría clásica de la tasa de interés parece suponer que, si la curva de demanda se desplaza, o si la que liga la tasa con las cantidades ahorradas de un ingreso dado hace lo propio, o si ambas se desplazan, la nueva tasa estará determinada por el punto de intersección de las nuevas posiciones de las dos curvas. Pero ésta es una teoría absurda, porque el supuesto de que el ingreso es constante no es compatible con el de que estas dos curvas pueden desplazarse independientemente una de la otra.
El claro que la crisis sanitaria conllevó a una crisis económica y a la postre a una crisis financiera (Ricaño Uribe, 2021); es decir, en marzo de 2020 cuando en la inexperiencia, la incertidumbre y la vorágine de la zozobra los países iniciaron el confinamiento y el cierre/suspensión de gran parte de la actividad económica, no obstante, el ciclo económico global se hallaba en una fase de auge que inercialmente permitió que los agentes económicos sortearán con cierta holgura la primera fase de la crisis, que no era aún económica a diferencia de lo ocurrido en años anteriores. Sin embargo, con el alargamiento de las medidas de cierres fronterizos y reducción de la producción en las fábricas para garantizar la sana distancia, por los trabajadores contagiados y el desplome de las ventas el sars cov 2 no solo provocó la Covid-19 en las personas, sino que contagió a la esfera de las economías en su dimensión macroeconómica, provocando subempleo, desempleo y más tarde inflación.
Los bancos centrales iniciaron su lucha contra la pérdida del poder adquisitivo de sus monedas y echaron mano de los enfoques clásicos del funcionamiento de los mercados de dinero. Así, lo que vimos fue, en un primer momento la salida de capitales de países emergentes como México, es decir, los extranjeros tenedores de instrumentos del mercado de dinero -básicamente Cetes- los vendieron y después convirtieron sus pesos en dólares, provocando una depreciación de la moneda mexicana y encareciendo los productos provenientes del extranjero (primera afectación al Índice Nacional de Precios al Consumidor); en un segundo momento, a nivel global, dada la escasez de producción y la práctica cuasi autárquica encareció los commodities provocando un alza en los precios de los bienes finales, dado el incremento en el costo de los factores.
Es después de ese segundo momento que vimos como resurgían las ideas de la escuela clásica de provocar un incremento de la tasa de interés para: atraer inversión extranjera y reapreciar la moneda, pero básicamente para escasear los fondos prestables y con ello tratar de retomar la estabilidad de precios acercándose a la meta del Banxico. Las ideas clásicas no son letra muerta y aunque no han logrado aún tener el efecto esperado nos ayudan a entender y explicar parte de la realidad actual en este atípico momento de la historia del capitalismo y de la humanidad.
Bibliografía
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