COMUNICACIÓN PARA LA PAZ

Desde el mismo origen y sentido de la palabra, el acto de comunicarse presupone la existencia de la otredad como factor clave para construir relaciones, pues en última, ésta posibilita establecer interacción entre seres humanos, lo cual se considera como el fin primario de todo proceso de comunicación (Satir, 1988).


Reconocer el valor de la palabra permite inferir su papel protagonista en la realización de acuerdos, planteamiento de pactos y firma de tratados, entre otros aspectos que han marcado la historia de la humanidad. 


Así, el uso del lenguaje determina dinámicas profundas en la sociedad, como lo afirma Veres (2006) “El lenguaje lo es todo para la vida, ya que configura nuestra manera de pensar y de ver el mundo” y José Antonio Marina por su parte, considera que el lenguaje no es una obra más del ser humano sino que nuestra mente ha llegado a ser estructuralmente lingüística. La palabra penetra hasta el fondo  de nuestra inteligencia”. (Veres, 2006)


En este sentido, el papel de los medios de comunicación masiva como difusores constantes de información y demarcadores de la agenda pública, representan la adopción y adquisición del lenguaje desde diversas perspectivas y con diferentes cargas simbólicas. 


El uso del lenguaje como detonador de diferencias en el contexto del conflicto colombiano, ha manejado un abanico de dualidades viciosas que han entrado a formar parte del lenguaje cotidiano; amigos-enemigos, nosotros-los otros, de este partido-del otro, etc. Esto teniendo en cuenta el alcance de los medios de comunicación en la actualidad, y el provecho que sacan del uso estratégico del lenguaje, el cual  “es una poderosa arma que solo está al servicio de unos pocos, de una elite con la capacidad de deslindar la apariencia de lo más profundo del detalle de la palabra humana” para conseguir beneficios económicos, políticos, etc. (Veres, 2006)


En este sentido, los retos sobre la construcción de un lenguaje para la paz son inminentes y necesarios para la reparación de un tejido social en el marco del posconflicto.

1. 1. Comunicación verbal y no verbal

En los procesos comunicativos, se evidencian múltiples formas de comunicación, sin embargo, se destacan la comunicación verbal y la comunicación no verbal. 
En cuanto a la comunicación verbal, ésta se realiza de forma oral, por medio de palabras y la segunda, se da por medio de la representación gráfica de signos; “Los investigadores han estimado que entre el sesenta y el setenta por ciento de lo que comunicamos lo hacemos mediante el lenguaje no verbal; es decir, gestos, apariencia, postura, mirada y expresión”. (Comunicación verbal y comunicación no verbal).
En este sentido, reflexionar frente a qué se expresa con los comportamientos y en general por medio de aquellos signos voluntarios e involuntarios en los contextos de interacción y cómo incide esto en los procesos de construcción de paz, es parte del estudio del uso del lenguaje para propagar un mensaje pacífico o “normalizar” la violencia.
Los procesos de comunicación verbal son de mayor reconocimiento en cuanto al aprendizaje de los códigos usados en los mensajes desde temprana edad.


1.2. Comunicación humana en diversos ámbitos 

Comunicación en la familia
En el proceso comunicativo intervienen diversos factores que posibilitan el relacionamiento asertivo, lo cual se produce cuando hay entendimiento y claridad en la manifestación de un determinado punto de vista y los objetivos que se buscan  frente a aspectos concretos en la interacción.
Como lo menciona Celis (2015) “ser asertivo significa, decir las cosas como son y sin vergüenza, ni temor a lo que los demás piensen”. 


Esto incide en las relaciones que se establecen al interior de la familia, puesto que la asertividad al comunicarse, implica no ser grosero, y por lo contrario, incluir el respeto y la tolerancia hacia los demás y por tanto, hacia sus perspectivas. 
Sin embargo, estas disertaciones cobran especial relevancia cuando se reconoce a la familia como un “sistema importante para el desarrollo integral de las personas a nivel individual y social. A nivel individual, posibilita la satisfacción de necesidades básicas tanto biológicas como psico-afectivas. En lo social, moldea las primeras bases de la personalidad e identidad del individuo, las cuales siguen evolucionando en un proceso de socialización con otros individuos”. 


No obstante, estudios académicos como el realizado por Miguel Garcés Prettel, sobre la comunicación en la familia, han posibilitado identificar que hay factores determinantes en los niveles y tipos de comunicación en éstas, entre los cuales “se encontró que la separación de los padres, el maltrato psicológico y físico,  la crisis económica y el consumo de drogas (en especial el abuso de alcohol) aparecen como los principales obstaculizadores para el desarrollo funcional de la comunicación y las relaciones en las familias.” (Garcés, 2015).


La armonía, el correcto desarrollo y en general la funcionalidad del sistema familiar depende de su estructura, y de los modos de convivir de sus integrantes, por tanto, del tipo de comunicación que se establezca y los vínculos emocionales creados. De esta forma, Herrera (2007) también reconoce el papel importante que juega la comunicación en el funcionamiento y mantenimiento del sistema familiar cuando ésta se desarrolla con jerarquías definidas, límites claros, roles determinados y diálogos abiertos y proactivos que posibiliten la adaptación a los cambios.


La influencia del establecimiento de sanos modos de interacción familiar se visualizan no solo al interior del núcleo familiar sino en  las consecuencias del mismo al exterior, como lo muestran los estudios de Jiménez, Musitu & Murgui (2005), al corroborar que existen efectos directos en los adolescentes que tienen problemas de comunicación con la madre y falta de apoyo social por parte del padre, desatando así conductas delictivas en ámbitos escolares.  
Como resultado del estudio realizado por Garcés (2015), se identificaron cuatro factores que inciden de forma trascendental en la comunicación familiar: El primer factor se basa en las experiencias de separación de los cónyuges, de manera que algunas familias con la ruptura son más afectadas que otras en su comunicación y sistema de relaciones, y las que no logran asimilar la transición adecuadamente evidencian un impacto negativo en la comunicación familiar y las relaciones, produciéndose un deterioro en el dialogo y la confianza entre los miembros del hogar.


El segundo factor hace referencia al maltrato como barrera psicológica que incide en la comunicación entre padres e hijos, incluyendo no solo el maltrato físico sino también verbal.
El tercer factor que demuestra afectar la comunicación y las relaciones del hogar, tiene que ver con la crisis económica que padecen las familias, referente al desempleo y a recursos insuficientes. 
El cuarto factor que afectó la comunicación familiar, tiene que ver con conductas inadecuadas a raíz del abuso de alcohol y otras drogas por parte de miembros de la familia, en especial la figura paterna
De esta forma, reflexionar frente a cómo es la comunicación en las familias teniendo en cuenta las diferencias producidas por su caracterización sociocultural es necesario para la comprender el conflicto colombiano de forma minuciosa y a la vez, en su extensión.


2. Comunicación mediática

Históricamente, los medios de comunicación han sido fuente principal de información, permeando la concepción de la realidad por parte de las audiencias y por tanto, también, su actitud sobre la misma (Curran, 2005: 168). “Es tal la relevancia del “universo mediático”, que se puede afirmar que éste incide no sólo en la manera “de percibir el mundo”, sino también en “su funcionamiento económico, cultural y político”” (Penalva, 2002: 396).


De esta forma, la actuación de los medios de comunicación en un entramado socio-cultural es decisivo, “los medios no son meros observadores de los procesos sociales sino participantes en los mismos. Este rol es especialmente relevante en el caso concreto de guerras o conflictos armados, donde los medios participan, inevitablemente, en el ciclo del conflicto” (Espinar & Hernández, 2012). 
Como lo expresa Hackett (2007: 48), en tiempo de guerra, los medios actúan, simultáneamente, como fuentes de información, combatientes, armas, objetivos y campo de batalla. Así, Baldinger señala que “la lengua divide el mundo y hace de la infinita multiplicidad de la realidad un cañamazo abarcable y divisible”. (Veres, 2006).
En este sentido, Ryszard Kapuściński, en su trabajo investigativo como parte del ejercicio periodístico enfatizó en la importancia de la formación ética del periodista al manejar información emitida constantemente al público, llamando la atención frente a que si no se es un buen ser humano, no se puede ser periodista.


Así, en cuanto a la violencia en el lenguaje, Johan Galtung (1990), plantea el triángulo de las violencias, en el cual se identifican tres tipos: la violencia física que causa daños visibles (atentados, agresiones, asesinatos, destrozos materiales, torturas, etc.); la estructural, aquel tipo de violencia que forma parte de la estructura social e impide la satisfacción de las necesidades básicas (desigualdades, racismo, pobreza, hambre, esclavitud, sexismo, etc.); y la cultural, relacionada con todos los aspectos del ámbito simbólico (religión, cultura, lengua, arte, ciencias, etc.) que se pueden emplear para justificar o legitimar las violencias estructurales o directas. 


De esta última, un acto reciente que permite entrever las consecuencias violentas del radicalismo religioso enardecido por el uso del lenguaje, es el atentado contra el semanario satírico Charlie Hebdo en Francia, cuando tres hombres armados y encapuchados ingresaron a las instalaciones y mataron a doce personas por las publicaciones de caricaturas de Mahoma en el mes de mayo del 2015. Si bien las sátiras y críticas pueden realizarse en el marco de la libre expresión también cabe reflexionar frente al respeto por las creencias religiosas y así mismo por la diferencia. Igualmente, se hace necesario repensar las acciones violentas desmedidas y sus atroces consecuencias. 
Con base en los tipos de violencia planteados, Penalva (2007) afirma que si se aplica este triángulo en el análisis de la cobertura mediática en cuanto a información violenta, se identifica una sobrerrepresentación de la violencia directa y una escasa atención a las otras dos formas de violencia, la estructural y la cultural.


Esta tendencia a identificar el conflicto con la violencia directa convierte a los propios medios en agentes culturalmente violentos. Independientemente de la intencionalidad o la voluntad con que se escriben los textos, el hecho de que en el discurso sobre el conflicto, se hable en clave de enfrentamientos entre partes, alteración del orden público o cualquier otro tipo de disrupción del devenir social, ilustrado con imágenes de actos violentos aparentemente espontáneos e inconexos y sin mayores argumentaciones estructurales genera fuertes reacciones en el público. (Espinar & Hernández, 2012).
Mónica Herrera, afirma que “los medios de comunicación  han mostrado la concepción de paz desde una perspectiva bastante limitada, ‘la paz negativa’, la cual implica la simple ausencia de la violencia directa, dejando a un lado elementos culturales y estructurales”. (Herrera, 2013).


En este sentido, cabe resaltar que tanto la violencia estructural como la simbólica son generadoras de conflicto y contraparte de la paz integral o positiva. En palabras de Norberto Bobbio “en cuanto a la ausencia de violencia estructural, que es la violencia de las instituciones de donde ejercen sobre todo los dominados, y bajo cuyo concepto entran la injusticia social, la desigualad entre ricos y pobres, entre poderosos y no poderosos, la explotación capitalista, el imperialismo, etc, la paz positiva es la paz que se puede instaurar sólo a través de un cambio radical de la sociedad, o que por lo menos debe avanzar al mismo ritmo que la promoción de la justicia social, la eliminación de las desigualdades, etc.”. (Herrera, 2013).


Considerando la coyuntura en cuanto a las actuales conversaciones en torno a la finalización del conflicto armado en Colombia, cabe preguntar: ¿Cuáles son las concepciones y representaciones sociales que los medios de comunicación fomentan alrededor de la noción de paz?


Se habla sobre la búsqueda de la paz, pero ¿Cuál es el significado generalizado de ésta? Evidentemente existen perspectivas distintas alrededor de ese concepto; muchos conciben la paz como el silenciar los fusiles, otros hablan del fin de las guerrillas, pero ¿Qué es realmente la paz desde el contexto colombiano? y ¿Cuál ha sido la intervención de los medios de comunicación en este tema? 


Así, en cuanto a la realización de productos de comunicación masiva como películas, novelas, noticieros y otros, la reflexión está encaminada a pensar cómo se utiliza el lenguaje; para contribuir con el proceso de consecución de paz, haciendo una invitación constante a limar asperezas y diferencias tanto ideológicas como de diversos tipos en la sociedad, o si por lo contrario exalta la violencia y si es así, ¿Qué sentido u objetivo tiene hacer producciones donde se exalta la violencia? 


Al respecto, Omar Rincón enfatiza en los aportes del periodismo en el cubrimiento informativo para abordar los asuntos de paz, los cuales deben estar relacionados con mantener la independencia para fomentar la credibilidad del medio, comprender la guerra y usar el lenguaje preciso para narrar los actos violentos. (Bonilla & Borja, 2008)


Así mismo, se hace necesario establecer diálogos entre los mismos periodistas que permitan la comprensión de la realidad, ejecutar agendas informativas que incluyan mapas regionales del conflicto y promover un trabajo responsable para controlar los desmanes de los informadores y los medios de comunicación, desmitificando la prevalencia de la centralización regional de la información. (Bonilla & Borja, 2008).


Javier Darío Restrepo en su columna de opinión en el diario El Heraldo, hace un énfasis en la evolución y cambios en el uso de la palabra al afirmar: “… En aquellos tiempos el poder de la palabra estaba limitado por el tiempo y el espacio. Por ejemplo, la distancia entre los hechos y las palabras que los periodistas contaban a las audiencias podía ser de meses… El espacio y el tiempo limitaban el poder de la palabra. Hoy el medio digital casi ha suprimido esas dos limitaciones de modo que la emisión de palabras crece y su difusión es instantánea. La palabra desarrolla un poder que nunca se le había conocido. Lo sensato sería que a más poder, mayor responsabilidad en su manejo, como ocurre con las armas y materiales con alto poder de destrucción. Pero la sensatez es menos común que los nuevos modelos de tabletas y de celulares…” (Restrepo, 2015).


El poder de la palabra toma una dimensión especial con la Internet y las redes sociales, las cuales permiten compartir información de forma instantánea, inmediata y de manera masificada. Es decir, que la responsabilidad de generar fuertes impactos en la opinión pública dejó de ser solo del periodista y pasó a ser de todas las personas interesadas. Según la Unión Internacional de Telecomunicaciones, el organismo especializado de las Naciones Unidas para las (TIC), “hoy en día, a escala mundial, más de 3.200 millones de personas utilizan Internet, de los cuales 2.000 millones viven en países en desarrollo”. (García, 2015).
En este tiempo de intercambio de información por la red donde todos pueden publicar lo que quieran en medios como blogs, y redes sociales, para Javier Darío Restrepo, el único recurso disponible es la ética. En sus palabras: “Toda la gente se siente autorizada para dar noticias y para editorializar. Es ahí donde uno se pregunta, como periodista, ¿Cuál es mi papel? Y allí entra la ética, porque resulta evidente que el único periodismo que sobrevivirá es el ético, que es el que no se limita a contar el hecho, sino que lo explica; no se limita a excitar la vista y el oído de la gente, sino que estimula la inteligencia y, sobre todo, la responsabilidad de la gente con la sociedad. Eso solo lo puede hacer un periodista que está buscando la excelencia profesional”. (Solano, 2014).

FUENTE: https://www.cedal.org.co/es/investigacion

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